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Jorge Fauró

Memoria histórica

La Universidad no es solamente un pilar esencial en la cultura y el conocimiento; es la cuna moderna (o no tanto ya) de las ideas, el pensamiento, la política, el derecho la ciencia o la medicina. Se le debe exigir, por tanto, que su paisaje lo formen, no en el mismo grado, la placidez del hombre sabio que precisa de la tranquilidad para investigar y transmitir lo que conoce, y la rebeldía de esa época de la vida en la que es casi obligado alzar la voz. Hay trenes en la vida que si no se cogen a los 18 años es casi imposible que vuelvan a pasar. El universitario se encuentra prácticamente en la obligación de constituirse en la nota discordante, en la mosca cojonera, en portar la bandera de la protesta. Muchos cambios sociales se gestaron en la Universidad, capaz de aunar en una sola voz al joven estudiante, al Daniel Cohn Bendit del mayo francés, o a filósofos como Sartre. La protesta que ayer intentó reventar el encuentro de primer nivel que celebra estos días la Universidad de Alicante pierde su autoridad en cuando yerra el discurso y el objetivo. Si el mensaje era «fuera empresarios de la Universidad» o intentar boicotear el acto al grito de «fascistas», al autor de las soflamas, al estudiante, cualquiera que fuese, que marcara la estrategia de ayer, habría que devolverlo no ya al instituto, sino al colegio. Habría bastado con lanzar consignas contra la subida de tasas o contra cualquiera de las carencias que la Universidad atesora, pero llamar «fascista» a Felipe González tiene tan poco sentido como llamar comunista a Aznar. Es pura ignorancia propia de un mentecato que entiende el término «fascista» como quien llama cabrón al árbitro. Es posible que alguno de quienes ayer gritaran «fuera empresarios de la Universidad» estudie Empresariales. Se dijo ayer: para una generación, la democracia es una conquista; para muchos jóvenes es solo un dato.

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