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Antonio Sempere

En pocas palabras

Antonio Sempere

Papel

Entré, como cada tarde, a la zona de prensa de la Biblioteca General de la Universidad de Alicante. Un rincón situado en un lateral de sus puertas. En la planta baja. Un lugar de paso obligado para todos los que transitan por el inmenso edificio. En el habitáculo dispuesto para tal fin se han instalado quince sillones azules en hilera. A los lados, un mueble con las revistas atemporales, y enfrente, unos expositores con 25 ejemplares de periódicos correspondientes a la jornada en curso y la víspera. 25 ejemplares protegidos por los correspondientes palitroques metálicos que impiden el hurto o cualquier conato de sustracción de páginas sueltas, dado que más tarde pasan al archivo.

Entré, como cada tarde, a la zona de prensa de la Biblioteca General de la UA, uno de esos pequeños placeres al alcance de quienes tampoco pedimos mucho a la vida para ser felices. Repasar la prensa del día empezando por atrás. Saltando Economía y Deporte. Cribando, eso sí, las columnas de opinión y las cartas al director. Pasando de puntillas tantas veces por el bloque de información política. Y como cada tarde, los quince sillones azules estaban vacíos. Bueno, no del todo. Dos ejemplares del Marca y el Sport abandonados con displicencia sobre uno de los asientos delataban el paso por allí de algún lector selectivo de prensa deportiva, que ni siquiera se había molestado de retornarlos al mueble. ¿Quizá consciente de que a fin de cuentas eran los que consultarían más tarde otros compañeros?

Estuve un par de horas repasando páginas. Y a lo largo de ese tiempo sí es verdad que pasaron por allí algunos universitarios, que se sentaron a esperar a alguien. ¿Dirían ustedes que alguno tomó un ejemplar en sus manos para hacer más amena la espera? Qué va. Instalarse en los sillones, doblar la cerviz y concentrarse en sus dispositivos móviles fue todo uno. ¿Qué falta les hacía a ellos la prensa, teniendo el mundo a sus pies, en sus pantallas? Juraría que no miraban precisamente las ediciones digitales de los diarios. Salí de allí, una vez más, con la sensación de que otro de mis pequeños placeres cotidianos podría tener fecha de caducidad.

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