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Juan R. Gil

Pero mira que somos insípidos

Si alguno de ustedes no ha podido todavía hojear el suplemento especial que con motivo del pasado 9 d'Octubre publicó INFORMACIÓN, les animo a que lo hagan. Y si por aquello de las fiestas y los puentes no lograron hacerse con el ejemplar impreso, pueden pedirlo en las oficinas del diario o leer sus textos en nuestra edición digital.

No teman. No les estoy «vendiendo» el producto. Sería legítimo hacerlo, pero no es este el espacio. Simplemente, creo que a todo aquel que esté preocupado por la situación política, económica, social, incluso moral de la Comunidad Valenciana ese suplemento puede resultarle un instrumento muy útil para entender más allá de los genéricos al uso qué ha pasado y para comprender qué cosas podemos hacer de ahora en adelante para que esta tierra salga fortalecida de una crisis que la ha castigado más que a ninguna otra en España. Quienes aportan en él sus análisis son, por encima de todo, personas no sólo altamente cualificadas, sino que han sido capaces en su biografía de unir reflexión y acción, cosa que no es tan habitual como debería. Y en muchos casos han sido entre sí durísimos adversarios. Uno no puede por menos de sentirse orgulloso de formar parte de la plantilla de un periódico capaz de reunir en una misma edición a Ximo Puig, a Eduardo Zaplana, a Andrés Pedreño, a Juan Antonio Gisbert, a Manuel Alcaraz, a José María Perea o a José Ramón Giner, que han luchado en el campo ideológico desde trincheras muchas veces opuestas, pero que tanto tienen que decir todavía; y junto a ellos, a nuevos actores que vienen presentando credenciales como César Sánchez, Julián López o Perfecto Palacios.

No hay paños calientes en sus escritos. Pero, cada uno según le fue en la procesión (todos somos romeros de nuestra romería, decía fray Luis de León), ponen las cosas en su sitio. Es de sumo interés para empezar a ver lo que nos pasa en su justa perspectiva, lo que recuerda por ejemplo Eduardo Zaplana cuando llama en su artículo a reinventarse: que es cierto que los sucesivos modelos de financiación, incluido el que él apadrinó, pero sobre todo el último, parido en plena burbuja, han acabado siendo lesivos para esta Comunidad. Pero que si hoy está quebrada no es principalmente por eso, porque conviene no olvidar, como él apunta, que durante años lo que no se recibió del Estado se obtuvo, a manos llenas, de la Unión Europea, que mantuvo la calificación de región objetivo 1 para Valencia mientras otros territorios quedaban fuera de ese manantial de inversiones. Así que el problema, como siempre, no son los otros, por mucho que exigir un nuevo sistema de reparto equitativo del presupuesto sea una necesidad imperiosa.

El problema somos, siempre lo fuimos, nosotros. Bien claro lo señalan tanto Juan Antonio Gisbert como, con tanta crudeza como libertad, Andrés Pedreño. Es la imaginación, es la inversión en educación, es la visión a largo plazo y no la miopía cortoplacista, estúpidos, podían haber firmado los dos parafraseando a James Carville, el asesor de Bill Clinton, porque eso es lo que nos ha faltado y nos ha traido hasta aquí, lo que ha hecho, como escribe Gisbert, que esta Comunidad pase a ocupar «una posición menos que discreta» o que, como lamenta Pedreño, treinta años después siga siendo la campeona de la precariedad y la economía sumergida.

Vivimos en un continuo día de la marmota. Somos una comunidad que no cesa de elaborar planes estratégicos que, a renglón seguido, esconde entre las gruesas páginas de nuestra amada enciclopedia de tópicos: el Levante feliz, la millor terreta del mon, el carácter emprendedor y alegre, la luminosidad, el talante jovial... ¡Nos encantan hasta los motetes que caricaturizan nuestro peor perfil: menfotistas, incumplidores, individualistas...! ¡Qué hartazgo! ¡Cuánta tontería repetida década tras década para disfrazar la realidad: que siempre hemos preferido depender más de la suerte, que del trabajo! Preferimos la copia al diseño, el granel al detalle, depredar el territorio antes que cablearlo. Lo hicimos bien en el sector turístico. Pero eso fue al principio y desde entonces vivimos de que a nuestros competidores, por razones bien tristes, les vaya mal. Le escuché decir una vez al hoy conseller Manuel Alcaraz que cada vez que oía a alguien alabar nuestra luz y nuestro clima, pensaba que si eso era todo lo destacable es que en dos mil años no habíamos sido capaces de poner nada de nuestra parte que no nos lo hubiera dado ya la naturaleza. Y José Miguel Iríbas se hacía cruces del escaso rendimiento que extraíamos del hecho de ser la única región del mundo donde, con 18 grados de temperatura media anual, las comunicaciones, los servicios, la seguridad, todo aquello que hace a una zona atractiva para vivir, funcionaban. Pese a ello, nunca hemos sido Florida, ni California, ni Silicon Valley, aunque todo eso nos lo haya vendido también el tópico.

Viene este largo y negativo exordio a cuento del 9 d'Octubre que acabamos de celebrar. Del interés que tiene el diagnóstico y la prospectiva que las personalidades antes citadas hacen en ese suplemento especial de INFORMACIÓN, pero también, lamentablemente, de la vacuidad del acto institucional que el viernes se vivió en el Palau. Por razones que uno no acierta a comprender, el discurso del president Puig fue un compendio de lugares comuneseldiscurso del president Puig fue un compendio de lugares comunes. Después de una brillante intervención el pasado mes de julio en el pleno de investidura de las Corts, el viernes Puig, o bien quiso ser plano, o bien no pudo evitar resultarlo, a pesar de que él sabía que la ocasión requería otra cosa. Llamar a la unidad del poble, cuando ni siquiera está claro que todos hablemos del mismo poble, no es más que un brindis al sol; reiterar la discriminación que sufrimos en la financiación puede que sea necesario, pero no suficiente (atención, por cierto, a la reclamación que ayer hacía en el especial de INFORMACIÓN el presidente de la Diputación de Alicante: urge una ley que equilibre también las inversiones dentro de la Comunidad, no vaya a ser que lo que pidamos a Madrid lo traicionemos en nuestra casa, como ocurre año tras año con el trato a Alicante en los presupuestos de la Generalitat); y decir que tenemos que dejar de trabajar barato para trabajar bien es un loable propósito, pero no es un programa político salvo que la proclama venga acompañada de medidas concretas de gobierno. Ante un salón con ausencias notabilísimas, Ximo Puig hizo el viernes un discurso que nadie recuerda hoy domingo; esto es, un discurso sin recorrido. ¿No nos tenía dicho el president que quería que dejáramos de ser invisibles? Pues entonces, ¿por qué tanto empeño en ser insípido?

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