Después del 27S, podemos decir que las elecciones catalanes han dado finalmente un resultado no satisfactorio pero sobre todo para quienes planteaban estas elecciones autonómicas como un plebiscito, la coalición de Mas y Junqueras ha fracasado pero sobre todo para Mas, quien se la ha jugado al todo o nada, escondido en una lista de múltiples ideologías con el único objetivo común de la independencia, con la esperanza de que pudieran ganar tanto en escaños como en votos, y poder dar como plebiscito ganado estas elecciones. No ha sido así, es cierto que ha existido una mayoría existente de escaños de la lista conjunta que no llega a la mayoría absoluta de 68, por lo que Mas necesitará de las CUP una fuerza anticapitalista y antisistema que ya ha dicho por activa y por pasiva que no investirán tal y como ellos dicen a un «retallador y corrupte» (recortador y corrupto).

Por lo que Mas, Artur, Arturo en otro tiempo, el que pensaba hace una década que la independencia era un concepto oxidado, se las va a ver y desear para ser investido president, si es que llega a serlo. El proceso de investidura a la luz de los deseos del resto de partidos, puede estancarse durante mucho tiempo, más incluso que en el caso de Andalucía. Pero más trascendencia tiene la clave del plebiscito fallido. Resultó muy llamativo ver a Oriol Junqueras, un personajes político que resulta más simpático por cuanto de veras se cree el concepto del independentismo, salió ante las cámaras, queriendo tal vez emular a Lluís Companys cuando en 1934 anunciaba de manera unilateral la declaración de la República Catalana dentro de la República Española, y anunció que el independentismo había ganado «tanto en escaño como en votos», sufrió tal vez un error de precipitación, o un deseo de que la realidad del recuento de los votos, el 52% frente al 47%, no le estropeara un buen titular, un minuto de gloria, como el que tuvo Companys, por algo es heredero de la tradición de ERC, durante 48 horas en el año 34, antes de que el Estado republicano suspendiera la autonomía catalana que había aprobado meses antes. Queda claro que con este historicismo, o apostamos por una solución expeditiva como la que podría contemplarse por la suspensión de la autonomía aplicando el artículo 155 de la Constitución, pero la Historia puede resultar siempre una buena brújula para estudiar el devenir de los acontecimientos.

Volvemos a insistir en que el peor parado de la noche fue Mas, buscando una victoria personal aún a costa de haber divido y tensado al máximo a la sociedad catalana, de tener un partido salpicado hasta al cejas de corrupción, de necesitar a las CUP (qué pensará la burguesía tradicional catalana otrora devota de Pujol) para ser investido. Es como se ha titulado bien desde algún medio, sin duda, El fracaso del ganador.

Nada se esperaba de Rajoy y nada ha sorprendido la pusilanimidad de su última comparecencia; mantiene impasible el ademán invocando al cumplimiento de las leyes. Mucho más presidenciable y estadista ha resultado la comparecencia de Sánchez quien después de confirmar el fracaso del plebiscito hizo un reflexión necesaria sobre una mayoría emergente de catalanes que demandan la necesidad de diálogo, de reforma y de entendimiento. No podemos continuar con una sociedad fracturada al 50%. Ni con un falso sueño del nuevo Estado catalán: ¿de dónde quiere sacar Junqueras el dinero para la infraestructura ese hipotético nuevo Estado? De la UE desde luego que no (niegan la realidad diseccionada por el libro de Borrell). Hasta el momento, la única propuesta mostrada sobre la mesa es la de los socialistas, una reforma constitucional que avance hacia el federalismo de las autonomías. Pero para ello será necesario esperar a la mudanza del inquilino sesteante de la Moncloa y negociar con los nuevos partidos emergentes que deben apostar por el bien de España, por el diálogo frente al inmovilismo. No se puede mantener una sociedad fracturada. Toca diálogo.