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La cosa sigue complicada

No hubo modo. Hubiera sido deseable embridar los encendidos sentimientos nacionalistas con el prudente ejercicio de la razón, pero la cosa es que ahora siguen desbocados varios caballos, no uno.

Aunque hay quien duda de los legítimos sentimientos nacionalistas de los que salen a la calle en la Diada, Rajoy acaba reconociéndolos a su debido retraso. Pero tampoco es objeto de duda la difusión de los legítimos sentimientos nacionalistas españolistas, desde los que han salido con banderas nacionales (roja y gualda, por supuesto) hasta los que, dentro de Cataluña, han votado por opciones diferentes al Sí de la lista única, que, por cierto, única no era ya que estaba la de la CUP.

Cuando de sentimientos se trata, y aunque siempre es difícil saber quién fue primero, las ofensas son respondidas con ofensas. Y si el vocabulario parece excesivo, digamos que se da el conocido esquema, que ETA conocía bien respecto a la violencia, de acción-reacción, por suerte sin intervención de Terra Lliure que, afortunadamente para los habitantes de la Península, dejó de existir hace tiempo.

Pero los sentimientos, en política, y más en esta, no nacen por generación espontánea: se provocan y se facilita su difusión y expansión por parte de quienes los comparten o, sencillamente, por parte de los que encuentran beneficios (electorales, económicos, geopolíticos -poder, al fin y al cabo-) en esa propagación. No hace falta buscar ONG voluntariosas y entusiastas que exaltan esos sentimientos o medios de comunicación que hacen lo propio, en cualquiera de las direcciones posibles en el tema que nos ocupa. Si en las viejas historias se hacía la pregunta retórica de cherchez la femme, busquen a la mujer causante del desaguisado, aquí hay que hacer una pregunta bien poco sentimental: cherchez l´argent, de dónde viene el dinero que permite compras masivas de símbolos, pago de dietas, personal organizativo estable y demás gastos en el caso catalán y, sin llegar a tales extremos pero no por ello inexistentes, el material de propaganda televisiva e impresa con que se han regalado oídos y ojos de los que han descubierto sus propios sentimientos (contrarios a los anteriores, por supuesto).

Se decía «Cataluña frente a España» (o, mejor, «frente al Estado Español») y producía extrañas dificultades lingüísticas para decir que algo afectaba a Cataluña y «a España» o «al resto de España», que no es lo mismo. Pero el juego estaba en otra parte: eran los respectivos partidos políticos que pretendían sacar ganancia electoral o evitar pérdidas, que también es razonable (porque aquí sí que hay racionalidad de medios que buscan fines concretos).

Pero a lo que iba: los intereses. Por parte del PP, arañar votos «en el resto de España», que (¡ay!) no en Cataluña, mediante la exaltación patria que, de paso, hiciese olvidar los diversos pecadillos que viene arrastrando. Nada como un buen sentimiento... que es lo que han podido intentar los gobernantes de Cataluña. Porque, realmente, no se trataba de «Cataluña frente a España o al Estado Español» sino de «gobierno de Barcelona frente a gobierno de Madrid», cada cual con sus correspondientes aliados, compañeros de viaje o ideologizados hasta el punto de creer, con/sin mala fe, que «esto» podía ser el primer paso de un gran cambio revolucionario.

Con independencia de los resultados (los del exterior, menos sujetos a exaltaciones sentimentales -y poco analizados-, han sido particularmente interesantes al votar «a distancia», imagino que en embajadas y consulados ¿españoles? Esa es otra). Pero, para mí, no es lo más importante saber quién haya ganado en escaños o en votos o en porcentaje sobre el censo (que, previsiblemente, han sido los tres argumentos «racionales» con los que se intentan suavizar los sentimientos). Como es sabido, no hay dato que, convenientemente torturado, no acabe confesando lo que desea el torturador. Lo que me importa es saber que, en cualquier hipótesis, el problema no está zanjado, las espadas siguen en alto y que el paso siguiente entre dos inmovilismos es muy difícil de predecir, cuando, encima, ya se está mirando hacia las elecciones generales y reorientándolas en función de esos resultados.

Doy mi opinión sin más historias: respeto ambos sentimientos nacionalistas aunque no comparta ninguno (como Trueba), pero lo que realmente me interesa es saber qué quieren los que, racionalmente (medios-fines), han montado este embrollo, a saber, la clase política que quiere mandar más o no quiere mandar menos respectivamente y a base de intransigencia mutua. Si eso tiene que ver con sus relativos 3 por ciento, eso se me escapa. Ojalá no sea eso.

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