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Joaquín Rábago

Quién ha perdido en Cataluña

La pregunta que habría que hacerse tras las elecciones de este domingo en Cataluña no es la de quién ha ganado, sino más bien la de quién ha perdido. Y la respuesta es obvia: la sociedad catalana, una sociedad partida ahora en dos, confiemos en que no irremediablemente.

Muchos desde Madrid, o al menos desde su Gobierno „que no es lo mismo, aunque muchos así lo vean„ no han entendido lo que significa una nación unida por una lengua, con su musicalidad propia, su clima, su historia, su manera de vivir, sus cosotumbres y comportamientos heredados y transmitidos de generación en generación. Pero otros en Cataluña se han negado también a aceptar que una nación no es una sustancia inmutable y eterna, sino historia en movimiento, evolución inacabada, y en ella pueden perfectamente convivir dos lenguas, y sobre todo que nación y Estado no son ni mucho menos lo mismo.

Como señala el filósofo francés Roger-Pol Droit en su libro «Qu´est-ce qui nous unit?, que hay que recomendar a los esencialistas de uno y otro lado, la nación se dirige a nuestra parte emocional, a los sentimientos, mientras que el Estado tiene que ver con la razón, con un nosotros político y jurídico. El Estado puede superponerse en algún caso al territorio, pero la trampa es confundir ambos o «anclar el Estado en un territorio específico», escribe Droit.

Para este autor, «todos somos cada vez más ciudadanos no ya de un Estado, sino de una civilización», palabra que, tomada en su sentido más positivo y no en el separador como quienes hablan del «choque de civilizaciones», evoca un «vivir juntos a escala planetaria». Ese «vivir juntos» es lo que se ha puesto en peligro de pronto en Cataluña por culpa de todos: la huida hacia adelante con olvido de la razón legal de unos y la cerrazón en esa misma razón, por considerarla eterna e inmutable, de otros.

Éste es un país en el que por desgracia la clase política no parece nunca asumir las responsabilidades de sus acciones, y no cabe esperar demasiado de lo ocurrido el domingo. Pero si fuese un país normal, al menos desde el punto de vista democrático, los dos máximos responsables de lo ocurrido, el presidente del Gobierno español y el de la Generalitat, deberían quitarse de en medio sin tardanza y dejar paso a otros. El segundo, por su demagógico intento de disfrazar el fracaso de su gestión política con una especie de peronismo a la catalana, y el primero por su pavorosa falta de visión política, su continuo esconder la cabeza debajo del ala y su intolerable negativa al diálogo.

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