Al final, esto de las elecciones parece un partido de fútbol: usted, señor de Barcelona, ¿qué prefiere, votar al Barça o al Real Madrid? Hombre, pues por votar, yo prefiero al primero lógicamente, es el de aquí. Lo que es raro es que, siendo posible montar partidos políticos locales, no triunfen más partidos de estos, por todos los lados. Eso sí, no veo que en EE UU haya un partido propio, por ejemplo, para los cincuenta millones de hispanos que hay allí, sino que estos tienen que canalizar su voto a través de uno de los dos partidos nacionales. El caso es que, por poder, cómo no, mejor un pasaporte cada uno de su pueblo, que un pasaporte español, que siempre dice menos respecto de la identidad de cualquiera, en comparación con aquella otra.

Ya he explicado en algún que otro libro la falta de argumentos, racionalmente hablando, de los nacionalismos en España, considerando que las regiones nuestras son como las regiones en Francia, Alemania o Italia (Baviera, Córcega, Alsacia, Piamonte etcétera). Si no hay razones para la independencia, ¿en qué se basa? Se basan, los del Barça, en la «emoción»; pero, entonces, es preciso que los independentistas consideren lo siguiente (válido también para el resto, porque lo más importante es que no baje nunca la guardia, entre españoles, como clave para fracaso de la independencia):

Lo primero es que si el tema independentista se basa en una emoción, también tenemos emociones del otro lado (¿se habían percatado?) y, cuando chocan dos emociones, no hay más remedio que ser respetuosos con ambas sensibilidades y reivindicar la paz como solución, de sentido común. A la hora de votar es importante que no se haga como si fuera un partido de fútbol, sino que se empiece a pensar ya en serio en las consecuencias de otorgar su voto a un determinado partido político que lleve a la gente al ocaso (hay referencias históricas ya suficientes de experiencias bélicas que deben evitarse). Una vez el debate ha enloquecido, el momento clave pasa a ser el de darse cuenta de las consecuencias reales del voto y si uno va a estar realmente dispuesto a sacrificarse a sí mismo y a su familia por el hecho de votar a CiU o a ERC luchando por una causa, además, dudosamente justa y conveniente. Qué le vamos a hacer los españoles, si nuestro país nació con vocación universal, sin que podamos admitir ahora que el Estado se reduzca a la nada, porque a los de Barcelona o Gerona les gusta más el Barca que el Madrid. Tampoco podemos admitir que el número de nuestros propios representantes en la Unión Europea se redujera.

Y es que el votante se tiene que dar cuenta de que España no puede consentir una independencia, porque ello sería una referencia para otros: hasta en Andalucía uno así el otro día me lo decía, además de Galicia, el País Vasco, quién sabe si Baleares, Valencia. Tales votantes tienen que pensar si les interesa realmente separarse de Valencia o Baleares; y tales votantes tienen que considerar que, con la supuesta independencia, no terminarían los conflictos con España. Por cierto, ya de tener conflictos, son sin duda preferibles los de ahora que los que vendrían después: España pensaría, supongo, si seguir defendiendo y fomentando, como actualmente, lo catalán en esos territorios citados, o incluso un modelo político autonomista, cuyos resultados ya los estamos viendo. ¿No es mejor dejar todo como está?

Lo que se quiere, al parecer ahora (según los votantes de CiU y ERC), es montar un lío. Es llamar la atención internacional a costa, si hace falta, de hacer el ridículo universal. Esto no es nuevo; es lo más español que hay: ya en la Guerra Civil cada uno llamaba a las puertas de los demás Estados buscando apoyo, y haciendo ver lo malo que era el vecino. Ese espectáculo es negativo para todos.

En esto, internacional, lo importante es un proyecto de futuro, latino común para todos, que se abre por el mundo cuando Hispanoamérica despierte y consiga ser una referencia por contraste a lo anglosajón. Este es el proyecto para todos de futuro, y Cataluña es incluso más latina y mediterránea de lo que lo es Castilla. No oculto que estoy terminando un ensayo en este sentido titulado Discurso a Hispanoamérica y España.

En fin, señores votantes, llegados a este extremo, merece la pena tener en cuenta las consecuencias finales de los votos, y seamos responsables.