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José María Asencio

Una democracia manipulada

El espectáculo de las elecciones catalanas, de la campaña que ha concluido, me ha llenado de vergüenza. No es posible que, siendo el objeto esencial de las mismas un hecho tan trascendente como una posible declaración de independencia, el nivel haya sido tan bajo, la manipulación, tan evidente, el engaño, tan manifiesto. Una falta de rigor en la explicación de las consecuencias derivadas del voto que debe movernos a todos a poner límites a ciertos políticos sin escrúpulos. Una perversión de la democracia, que demuestra que la misma, aun siendo el mejor sistema posible, no es perfecta, pues se presta al dominio de las conciencias de quienes cada vez más son sometidos a través de mecanismos diversos que niegan la cultura, imponen el monopolio de las ideas, excitan las pasiones, se aprovechan de las necesidades y, en suma, coartan la libertad de elección.

La compra del voto, la fidelización de éste mediante mensajes extremos que impiden su trasvase sin problemas de conciencia, las promesas falsas, la animadversión irracional al adversario demonizado artificialmente, junto a los recortes de derechos sustituidos por concesiones graciosas ofertadas atendiendo a los votantes más próximos, obligan a replantearse muchas cosas y a cambiar otras tantas. Sin libertad no hay democracia real y el sistema se vuelve corrupto en su propia esencia.

El ejemplo de lo sucedido en Cataluña nos debe hacer meditar a todos y exigir una regeneración en la política. No es posible que hechos tan evidentes como las consecuencias de la independencia en relación con la UE sean negados con displicencia y engaño conduciendo a los votantes a un futuro incierto del que ellos serán los deudores. No es posible que se oculten las graves dificultades de ese nuevo país, cuya deuda está a nivel del bono basura, prometiendo lo que es incierto sin más datos que la voluntad de perturbar la libertad del elector, de conseguir su adhesión. No es posible que se anuncie un proceso balsámico con España que no será tal, pues estos años han generado un malestar del resto solo derivado de los insultos hacia el país, proferidos con escasa sensibilidad y sin pensar en las reacciones humanas de los atacados. No nos engañemos con palabras balsámicas. Hoy, las relaciones entre Cataluña y el resto de España no son buenas y la culpa es de quien no ha sabido respetar y ha inculcado sentimientos adversos. Esa es una verdad que no puede ocultarse y que hay que tener en cuenta para recomponer lo roto.

Una minoría ha fomentado un sentimiento independentista que existía, pero menguado, siendo el resultado ahora difícil de detener y menos si ha de hacerse pagando a costa de los que hemos sido insultados y vejados. No puede pedirse solidaridad con amenazas, ni pavonearse con personalidades históricas que otros también tienen, incluso más profundas, pero no alardean de ellas. Se ha cerrado la puerta a una negociación que se vería como el éxito de las amenazas y la derrota de los que se sienten españoles y han soportado tal nivel de improperios. Mucho cuidado deben tener quienes abogan por soluciones intermedias hasta que pasen unos sentimientos de rechazo que pueden conducir a tensiones en el resto de los territorios. No es el momento de reformar el modelo autonómico hasta tanto no vuelvan las aguas a su cauce, hasta que no vuelva la serenidad.

Aunque se trata de una cuestión jurídicamente compleja, entiendo que los ciudadanos de una eventual Cataluña perderían la nacionalidad española. La leyes vigentes se aplican a los españoles, no a los que dejan de serlo al constituir un nuevo Estado, que no pueden reclamar una ley que sería ajena. Véanse las decenas de ejemplos en Europa.

No creo que el Estado español tuviera que pagar pensiones a los catalanes, porque la deuda con España podría en todo caso contraponerse a modo de compensación hasta su extinción. No sé si los equipos catalanes jugarían la Liga española, pero la actual legislación lo impide y dudo mucho que la ley se reforma en un plazo razonable.

Desconozco cuando esto escribo los resultados. Es igual. Solo pretendía manifestar mi decepción con lo sucedido, con la manipulación grosera del independentismo que no ha informado de las consecuencias de la opción, legítima siempre, de crear un nuevo país. Una decisión tan grave exigía la verdad, exponer los riesgos y efectos, aclarar todas las dudas, no ocultarlas dolosamente. Cuando se engaña o se oculta la realidad, se está mintiendo y atentando a la esencia misma de la democracia. Un país que pueda nacer sobre estas bases está condenado al fracaso. No merecen los catalanes, siempre serios y celosos de la verdad, este absurdo que está generando la peor generación de políticos de su historia. De seguir adelante con la independencia, todo saldrá a la luz. Ellos mismos, los catalanes, se enfrentarán entre sí una vez surjan los problemas y la realidad se presente en toda su magnitud.

Con la verdad en la mano, difícilmente optarían por esa deriva, pero no la han exigido y muchos han preferido hacer un acto de fe que les puede costar caro.

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