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Javier Llopis

Tribuna

Javier Llopis

La renuncia vecinal

Aunque ahora nos parezca mentira, hubo un tiempo no muy lejano en el que Alcoy tuvo un movimiento vecinal sólido y altamente reivindicativo. Las asociaciones de vecinos y la federación que las agrupaba, la FAVA, tenían una presencia constante e influyente en todos los debates ciudadanos, aportando puntos de vista enriquecedores sobre los proyectos que se ponían en marcha desde el Ayuntamiento. Este tejido asociativo prácticamente ha desaparecido en la actualidad y las pocas asociaciones que todavía funcionan dedican su tiempo y sus esfuerzos a la organización de actividades internas de barrio, desde fiestas populares a ciclos culturales, descartando cualquier posibilidad de ejercer el papel de interlocutor político.

Si hubiera que ponerle una fecha de inicio a esta crisis, ésta se situaría en torno a los primeros meses del año 2008; una época complicada en la que el Partido Popular no dudó en reventar todas las costuras del movimiento vecinal alcoyano para forzar apoyos para su delirante proyecto del bulevar de la explanación de ferrocarril.

Aquella violenta batalla se saldó con la desaparición de la FAVA y con la retirada de las asociaciones a sus respectivas demarcaciones de barrio hasta convertirse en un grupo de entidades sin ninguna coordinación, que se dedicaban a hacer la guerra por su cuenta. Han pasado siete años y a lo largo de este periodo de tiempo estas fuerzas sociales han ido desapareciendo de la actualidad alcoyana, renunciando gradualmente a todo su protagonismo público y privando a la política local alcoyana de uno de sus pilares básicos.

Aunque el PP fue el responsable de este abrupto final, hay que admitir que lo único que hizo el gobierno de Jorge Sedano fue llevar hasta sus últimos extremos una táctica que ya habían practicado ayuntamientos anteriores: ocupar las asociaciones de vecinales y convertirlas en meras correas de transmisión de los intereses de los partidos políticos. Con su habitual torpeza y con su patológica incapacidad para el consenso, el gobierno popular se limitó a ponerle la puntilla a un entramado social cuyo prestigio ya venía muy tocado. El papelón de la FAVA durante los brotes de legionela fue patético y puso en evidencia el férreo control político al que estaba sometida la federación vecinal.

La pérdida de pulso crítico por parte de las asociaciones de vecinos nos coloca ante una paradoja difícil de explicar. En unos momentos en los que todos los partidos políticos hacen bandera de la participación ciudadana y la convierten en uno de los asuntos estrella de sus programas electorales ha desaparecido del mapa el principal canal para hacer efectiva esa participación. El perfil bajo, adoptado voluntaria o involuntariamente por las asociaciones de barrio, no cuadra con el afán participativo de los ayuntamientos, empeñados en convocar consultas sobre casi todas sus decisiones y sobre casi todos los proyectos públicos. La actualidad alcoyana se llena de asuntos complicados que admiten todo tipo de interpretaciones, desde el plan Alcoinnova a la reforma del puente de San Jorge, sin que aparezca por ningún lado una declaración vecinal.

Por si sirve de consuelo, hay que señalar que no estamos ante un fenómeno estrictamente alcoyano. La crisis del modelo de movimiento vecinal es general y muchos la atribuyen a su incapacidad para adaptarse a las grandes corrientes asamblearias nacidas alrededor del 15-M. Aunque estas teorías no anden descaminadas, la realidad nos dice que hasta la fecha no se ha inventado nada mejor que las asociaciones de vecinos para canalizar las relaciones entre la gente y la administración municipal. Puede que estén oxidadas o que necesiten una urgente modernización, pero lo único cierto es que su desaparición definitiva supondría un paso más en el empobrecimiento social de esta ciudad; un avance más de esa nefasta dinámica que tiende a convertir a los ciudadanos en meros espectadores pasivos de la acción de los políticos.

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