Emilio es un personaje sacado de un cuadro de su amigo Javier Lorenzo. Yo siempre tengo la sensación de verlo caminar por un camino que no tiene recorrido, ni fin. Que es infinito. Un viajero, como compañero, arrojado al destino de la vida. Con un horizonte repleto de anécdotas, viajes y amistades. Todo se configura en torno a aquellas cosas que nos ocurren sin saber por qué. Así es la vida.

Emilio no necesita este artículo. Lo necesito yo. Porque uno escribe para contar aquellas cosas que admira, que le sorprenden, que le apasionan. Emilio es ese ser renacentista como especie especial. Como profesor universitario ha hecho del saber, y del compartir, su forma de ver la vida.

Ha viajado y ha escrito sobre los viajeros, los bandoleros y otros seres humanos. Pero su verdadera esencia es la propia inquietud intelectual que hace de las personas imprescindibles. Lector impertérrito y pensador de las cosas públicas. Sabes que cada vez que hablas con él, nunca te engaña. En esta zozobra mundial en la que nos encontramos, ese es un valor para los que creemos en la decencia.

Siempre me he preguntado por qué habla con tanta solvencia de la política. Su socialismo no es una pose, es su forma de entender la vida de él y de los suyos. No le encuentras en un renuncio, porque él prefiere no mentir a quedar bien con la gente que le escucha.

Escribe demasiado bien, porque simplemente lee mucho. Y lee porque, aunque fue Director General del Libro y Bibliotecas, piensa que la libertad es la lectura. Como rezaba un lema de la UCD, que él respetó: Más libros, más libres. Mes llibres, mes lliures. Valenciano, alicantino, del mundo que lo acoge.

Tiene un puñado de amigos rojos. Y algunos azules. Pero no simplifica su amor por la verdad política. Cree en el ser humano como esencia de la propia vida. Y su vida no pretende ser ejemplo de nada, sino que pretende pasar por la misma sin dañar y haciendo el bien. Es lo que se le exige a cualquier persona que crea en el servicio público.

A mí me gustaría que cambiase de equipo. Ser del Barça, para él, es una purita religión. Seguidor de Dylan, te enchufa una enciclopedia musical que tiene en su mente. Mi amigo Miguel Ors le adora, le respete, lo idolatra. De vez en cuando Miguel le toca la guitarra, aporreando las cuerdas sabiendo que también los culés se respetan.

Nada es igual en la vida cuando la salud te avisa. Cuando la enfermedad te oprime y te deja vacío de argumentos. Porque la vida es llegar y decir cosas. El dolor de Emilio es el de los amigos que le queremos. Yo rezo por él, por su mujer, y por la cariñosa y brillante Laura. ¡Qué poesía tan dura! Como la vida misma.

A Emilio le tengo un cariño especial. Me habría gustado recibir más de sus enseñanzas. Me habría gustado trabajar más con él. Pero ahora disfruto de su presencia, por lo que le requiero que abandone pronto el hospital. Por favor, amigo. Hay demasiada gente pendiente de ti, y de tu amada Concha. Tus amigos sufren silentes. Pero siempre siguen a tu lado.

La vida no la dibujamos al gusto de nuestras necesidades. Ni siquiera somos capaces de prevenir las dificultades. Solo nos queda la amistad que podamos compartir en los momentos buenos y malos. Y cuando se oscurece nos echamos a llorar. Pero el llanto compartido con la gente que nos quiere es la amistad verdadera.

Emilio está luchando junto a su mujer por vencer. Siempre vencemos lo que luchamos, pero el dolor no es ajeno al sufrimiento. Me gustaría abrazaros hasta que mi energía supliese el enemigo externo que se convirtió en interno. Y me gustaría gritar a todos los mares del mundo que tus viajeros se pusieran a remar a favor tuyo. Haz el favor de recorrer este mal paso rápidamente. Y vuelve a casa antes de navidad, como el turrón bueno. Como el caminante de los cuadros de tu amigo Javier. Mucha gente os quiere. ¡Rediez!