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Francisco Esquivel

Ya no puedo más

No puedo vivir con esto más tiempo, he de confesarlo: creo que me gusta Enrique Iglesias. Para alguien cuya identidad está forjada, junto a la de unos cuantos miles de su generación, en base a cantautores de todas las nacionalidades, descubrirse así, buscando encarecidamente por el dial algunos de sus ritmazos, no resulta fácil asumirlo.

Todo comenzó, creo yo, la semana posterior a las últimas elecciones cuando, en una celebración que nada tenía que ver con éstas, descubrí a un porrón de gente entonando Es que yo sin ti y tú sin mi que, desde entonces, no me ha abandonado. Sí, ya sé que quien representa el símbolo del españolismo o de la hispanidad o de las dos cosas a la vez es el padre y que él es un foráneo como cualquiera de las criaturas que hemos esparcido por medio mundo y de las que todo un presidente del Gobierno no sabe exactamente de dónde cojones son. Pero es que a continuación, para aclararlo, se ha remitido a los tratados de la Unión Europea sentenciando que, a través de ellos, «está muy claro que un vaso es un vaso y un plato es un plato». Con esto encima, reconozco que al verme venir los acordes de Bailando puse el volumen a toda pastilla y, para transpirar, se me fueron los pies «Con tu física y tu química, también tu anatomía/la cerveza y el tequila y tu boca con la mía/ya no puedo más, ya no puedo más/Con esa melodía, yo veo tu fantasía/con tu filosofía, mi cabeza está vacía, ya no puedo más». Y, sin embargo, hay que hacer un esfuerzo para digerir por el otro lado a Romeva relativizando la corrupción -la de sus aliados, claro- y para entender lo mucho que le apetece seguir siendo español, todo envuelto en un tono de intransigencia ante las contradicciones que se le plantean que, la verdad, es que retratan al gachó puesto que ese idioma es universal. Así que no queda otra: ¡Para allá que voy, Enrique!

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