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Desde mi terraza

Luis De Castro

El otro lado de las cosas

El espinoso tema de las elecciones al Parlament Catalá del próximo domingo tiene en ascuas a toda España; la penosa situación de los refugiados políticos que huyen de sus países, especialmente Siria, en busca de un lugar en el sol donde se aseguren no ser engullidos por una bomba o atravesados por una bala de metralleta, es la otra preocupación de millones de compatriotas en una actitud que les honra. Ambas cosas son las que ocupan principalmente nuestras mentes, hasta el punto de aparcar, siquiera temporalmente, nuestras preocupaciones habituales. Cataluña nos duele y nos inquieta, por mucho que los demócratas pensemos que están en su derecho a expresarse; otra cosa es que estemos de acuerdo con que unas elecciones de una comunidad escondan la pretensión de una secesión de España. Y creo que los intereses económicos están por encima del sentimiento nacionalista y en ocasiones un tanto romántico, que vive en el interior de muchos catalanes quienes deberían examinar el otro lado de las cosas.

A nadie se le escapa que la cerrazón durante años del actual gobierno español a dialogar, a intentar encontrar puntos de encuentro para modificar lo que sea modificable, aunque modificable es todo, ha desembocado en la situación actual: de aquellos polvos nacieron estos lodos. Lo cierto es que el ambiente del país entero está enrarecido y ya empiezan a circular los brotes de boicot a los productos catalanes. ¿Era necesario llegar a esto? La torpeza de los dos gobiernos se adivina evidente, y el radicalismo ha conseguido una legión de seguidores que creen ver en la independencia la solución a sus problemas, problemas que debieron resolver sus gobernantes. Sería ridículo no reconocer que existe crispación y que nos enfrentamos al problema más grande de los muchos encontrados en el camino de la no ya tan reciente democracia.

El ciudadano catalán no puede ser movido ni por el miedo, ni por las advertencias catastrofistas; pero tampoco por la falta de solidaridad que es el punto más consagrado por nuestra actual Constitución. Si el «Café para todos» ya está amortizado, parecía más lógico que empezara a estudiarse otro tipo de desayuno. El lunes sabremos si deberemos ayunar durante un tiempo. Y resulta curioso que en lo referente a recibir a los refugiados políticos que llegan a Europa por cientos de miles, la solidaridad -ahora sí- haya calado tanto en la inmensa mayoría de los españoles, aunque también aquí existe discriminación con los refugiados económicos, en los que el hambre sustituye a las bombas. Abrimos los brazos a los sirios mientras seguimos rechazando a los africanos, incrementado aquí por un racismo encubierto. Paradójico, pero real. Aplaudimos el cambio de actitud del gobierno central al enarbolar ahora ( Fräulein Merkel es «palabra de Dios») la bandera solidaria tras los titubeos iniciales; y no deja de sorprender el que se ponga pegas a la iniciativa del presidente Puig para enviar a Grecia un barco cedido por la naviera Balearia para ir trayendo a nuestra Comunidad al cupo de refugiados que nos corresponde, en virtud del reparto europeo. En estos momentos no se puede poner palos en las ruedas arguyendo que eso es misión del Gobierno.

Finalmente, y entrando ahora en el terreno local, creo que se está exigiendo demasiado al nuevo gobierno municipal al haber cumplido los 100 días de mandato; está bien que los ciudadanos nos mantengamos expectantes (y sobre todo vigilantes) al funcionamiento del consistorio, pero a nadie se le escapa que la jefatura formada por tres partidos no iba a ser ni fácil ni rápida de asimilar. Ciertamente ya ha llegado el momento de abandonar posturas individuales y personalistas para unirse en aras del bien común; si hay que ceder, se cede. El imperio del sentido común debe dominar las acciones de quienes nos gobiernan, y esto sí es atribuible (y deseable) al país entero. Estudiar y mirar bien el otro lado de las cosas, y no quedarnos en una visión parcial, ayudará a conseguir objetivos. Algo tan elemental como táctica y estrategia.

La Perla. «La esperanza hace que agite el náufrago sus manos en medio de las aguas, aun cuando no vea tierra por ningún lado». (Ovidio)

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