No escribiré de asuntos de alta política, como pretendo hacer casi siempre. No escribiré de cómo las grandes entidades financieras catalanas -Banco de Sabadell y La Caixa- se plantan ante Mas, le echan el freno y le leen la cartilla bien leída, tirando cubos de agua fría sobre sus ansias de secesión irreductibles a la lógica. No escribiré de la boda de Maroto, icono progre del PP. Para mí no es símbolo de nada: cada uno puede casarse y descasarse con o contra quien le venga en gana y eso sólo es pasto de las revistas del corazón no de la política. No escribiré sobre los policías húngaros gaseando refugiados sirios, ni sobre salvajes que maquillan como cultura al Toro de la Vega, ni sobre muchos que antes de meterse a diputados tendrían que hacer un curso de cultura general, de lectura comprensiva y de sintaxis.

Dejemos la alta política por un rato. Vayamos a ras de suelo sin que por ello haya que ser rastrero.

¿Han leído La rebelión en la granja? El librito vale su peso en oro. Autor, George Orwell, el mismo de 1984, obra profética que da fe de la instauración en la sociedad del control total de sus individuos. El gran hermano. Nada que ver con ese bodrio engendrado en la telebasura.

Los animales de una granja se quejan de su vida miserable, laboriosa y corta. Deciden rebelarse contra los seres humanos que les arrebatan la vida y el fruto de su trabajo. Se alzan contra la tiranía humana de la que, proclaman, vienen todos sus males. Los cerdos -líderes de esa revolución estabularia- profetizan una vida en perfecta unidad y modélica camaradería. Un paraíso animal, vamos.

Completada la revolución llegan los conflictos de intereses, las diferencias de criterios -siempre por intereses enfrentados- y los revolucionarios utópicos caen en idénticos defectos, en las mismas barrabasadas -o incluso peores- que aquellos expulsados del poder con su revolución.

La rebelión en la granja me ha venido a la memoria pensando en el Ayuntamiento tripartito, flamante y ¿depredador? de Alicante.

INFORMACIÓN publica una noticia que me alarma: «El ayuntamiento empezará a multar las motos que aparquen en zona azul». Leo un artículo de Marcelino Gilabert, con el que comulgo por completo, en el que afirma que Multar motos en la ORA no es legal -lo guardo para agarrarme a los artículos que cita como a un clavo ardiendo llegado el momento-.

Todo ente público que cuida a sus ciudadanos, que pide su voto diciéndoles que va a dejarse el pellejo luchando por sus intereses y que cobra sus sueldos de los impuestos que esos sufridos contribuyentes pagan, ha de tener una máxima de comportamiento innegociable: para castigar a un ciudadano debe proporcionarle antes los medios suficientes para que su conducta sea ajustada a derecho y no tenga que infringir las normas teniendo el normal cuidado que se exige a una persona media -por ejemplo, un buen padre de familia-.

¿Cuántas motos se mueven cada día por Alicante? ¿Cinco mil, diez mil? ¿Hay posibilidades de aparcamiento legal para todas ellas o las derivamos a los parkings existentes previo pago de su importe?

Las motos consumen menos que los coches, contaminan menos que los coches y ocupan menos sitio. Donde aparca un coche lo hacen cuatro motos. Las motos agilizan el tráfico y contribuyen a desatascar la ciudad. Las motos -yo también conduzco coche a veces- sufren el desentendimiento de muchos conductores que actúan «contra ellas» como si allí no hubiese nadie. Tres veces me han echado de la carretera en el último mes, señores barrigones, que conduciendo y hablando por el móvil no ven una moto de quinientos kilos y más de mil centímetros cúbicos o una chica que frena ante un semáforo verde para guasapear.

Señor alcalde socialista, señores concejales de Guanyar y Compromís, que sujetan al precario alcalde: ¿creen que los miles de motos pequeñas que soportan el calor -no tienen aire acondicionado-, el frío -no tienen calefacción-, o la lluvia -no tienen techo-, lo hacen por capricho o porque les sobra el dinero para pagar las multas que ustedes se inventan? No todos los moteros matamos gatos disfrazados de Rambo ni somos anarquistas peligrosos y asociales, ni notarios o registradores -con pasta para aburrir- a los que nos da igual pagar cien pavos cada vez que ustedes ponen en marcha su máquina de recaudar.

Pongan una papeleta de aparcamiento en zona azul para motos, más económica que las de los coches, evidentemente. ¿Habilitamos una caja fuerte transparente junto al faro para dar fe de que hemos pagado?

Arbitren medios para que estos vehículos, imprescindibles para la fluidez del tráfico rodado en su ciudad, tengan posibilidades de aparcar legalmente y establezcan luego un sistema sancionador coherente porque el que infrinja su norma lo habrá hecho a sabiendas, dolosamente y no, dejando la moto donde puede, porque no le queda otro remedio. Actuando así nadie les podrá tachar de Ayuntamiento depredador, ansioso de exprimir los bolsillos esquilmados de los ciudadanos a los que prometen el oro y el moro -como los cerdos revolucionarios de la granja de Orwell- cuando andan abrazándolos en campaña y pidiéndoles el voto. Verán si todavía vamos a echar de menos a Sonia Castedo.