Por encargo del Gobierno del Reino Unido, en octubre de 2006 se publicó un informe realizado por el economista sir Nicholas Stern sobre el impacto económico del cambio climático y calentamiento global desde una perspectiva internacional. En dicho informe se examinaba, en primer término, la información relativa a las consecuencias físicas del cambio climático sobre las actividades económicas, sobre la vida humana y sobre el medio ambiente, a la vez que se explora la economía de la estabilización de los gases invernadero en la atmósfera. En la segunda parte del mismo se estudiaban las complejidades políticas que lleva consigo la transición a una economía baja en carbono así como los esfuerzos que las sociedades han de hacer para adaptarse a las consecuencias inevitables del cambio climático.

Las conclusiones del informe alertaban del riesgo de ignorar los efectos del cambio climático, recomendando una serie de medidas urgentes para reducir las emisiones de gases invernadero en la atmósfera, cuyos beneficios futuros superarán con creces a los costes.

Resulta evidente que el informe Stern surgió ante la preocupación existente en algunas instancias de la sociedad civil y de organismos internacionales por el aumento de las emisiones de carbono a la atmósfera y sus consecuencias sobre el medio ambiente (elevación de las temperaturas, sequias, fusión de glaciares, etcétera), constatándose, además, que las políticas empleadas para mitigar las emisiones o concienciar a los poderes públicos de la necesidad de aplicar nuevas medidas no estaban resultando demasiado eficaces. Y todo ello a pesar de que, desde 1972, existe un organismo auspiciado por Naciones Unidas denominado Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), creada para catalizar la acción internacional y nacional para la protección del medio ambiente en el contexto del desarrollo sostenible.

Tampoco la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC) o el Protocolo de Kioto, son acuerdos que satisfagan las medidas consideradas urgentes y necesarias para mitigar las consecuencias del cambio climático. Baste recordar que en el acuerdo del Protocolo de Kioto solo se establecía una reducción para 2012 del 5% de gases contaminantes para los países industrializados respecto a 1990, cuando sería necesario una reducción del 60%.

Después de la Conferencia de Lima (diciembre de 2014), donde los miembros de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático sentaron las bases de una nueva negociación, tendrán que cerrarse acuerdos jurídicamente vinculantes en diciembre de 2015, en París, que con toda probabilidad será, tal y como afirma el periódico inglés The Guardian, el evento internacional más importante del año, ya que las decisiones que se tomen allí van a tener consecuencias importantes a partir de la próxima década para los mercados energéticos y los programas medioambientales en todos los países industrializados, sobre todo si tenemos en cuenta que estamos inmersos en una grave crisis climática que debe ser abordada desde una perspectiva internacional.

Cabe recordar que los acuerdos de Kioto han sido criticados, entre otros por el propio Stern, tanto por sus objetivos limitados como por no incluir a todos los emisores. Objetivos limitados por cuanto tanto los países desarrollados como los menos desarrollados han mostrado fuertes reticencias a la transición hacia una economía baja en carbono, alentado por el negacionismo climático que surge desde determinadas elites económicas para poder mantener el statu quo.

Por otra parte, y según los planes presentados a Naciones Unidas para mitigar el cambio climático por los países responsables del 80% de GEI del mundo industrializado, los compromisos futuros que anuncian China, India, EE UU o la UE, de cara al acuerdo internacional que se quiere alcanzar en la cumbre de París no parecen suficientes para evitar una interferencia peligrosa en el clima.

De todas formas, parece imponerse un modelo en el que los distintos países se comprometen a reducir sus emisiones en función de sus circunstancias nacionales, como era de prever, por otra parte. Compromisos que se revisarán periódicamente haciéndose cada vez más ambiciosos. Si esto fuese así, París, a diferencia de Kioto, podría ser el inicio hacia la verdadera des-carbonización del planeta, aunque sea a largo plazo.

Desde el informe de Nicholas Stern, en 2006, la economía del cambio climático ha venido generando más costes que beneficios, sobre todo medioambientales y socioeconómicos, pues factores como el negacionismo climático, los intereses nacionales y organismos internacionales poco eficaces han contribuido a que las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera no hayan sido mitigados lo suficiente.

Los avances en el conocimiento científico y tecnológico, el replanteamiento de los valores individuales y colectivos, necesarios para hacer frente al reto climático, y una nueva organización de la economía basada en un desarrollo sostenible y en la desinversión de los combustibles fósiles, son los retos a los que se enfrenta la humanidad para tratar de evitar la muerte temprana del planeta Tierra.