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Tribuna

Propuestas para hacer ciudad

Las propuestas para hacer ciudad pueden realizarse a escala mayor y escala menor. Cada ciudadano, en la medida de sus posibilidades, tiene obligación de contribuir a que la ciudad donde vive mejore, o por lo menos, a que no empeore. No creo decir una mentira, si afirmo que los ciudadanos de Alicante, en general, se encuentran lejos del aprobado en la cuestión del trato y atención que dedican a su propia ciudad. En mi caso particular, sólo pudo aspirar a hacer pequeñas propuestas a escala menor. En primer lugar porque mis conocimientos no dan más de sí y, en segundo lugar, porque van mucho mejor con mi estilo de ingeniero práctico, que sólo pretende y aspira a hacer su trabajo lo mejor posible, confiando que sus obras alcancen un justo equilibrio de calidad / precio y contribuyan a esa deseable mejora del entorno donde vive aunque sólo sea puntualmente.

Adicionalmente a lo expuesto, por la situación de crisis económica en la que nos encontramos, al menos a corto plazo y en el día a día, no queda otro remedio que centrarse en la escala menor por falta de recursos, confiando que los expertos continúen en su calvario particular, buscando en la escala mayor ese modelo de ciudad que nunca acaba de llegar y concretarse, y a la espera del nuevo Plan General Urbanístico que la ciudad necesita como agua de mayo, y que por culpa de todos, aunque de unos más que de otros, se encuentra sin hacer, o malamente hecho, lo que ustedes prefieran, con lo que ello supone de quebranto para la economía de la ciudad.

Dentro de la escala menor, podemos hablar, una vez más, de la imagen de suciedad generalizada que transmite la ciudad, y que tanto incomoda al personal.

Partamos comprensivamente de la base que en Alicante no llueve o llueve mal, por tanto la limpieza, a diferencia de las ciudades donde la naturaleza las dota de lluvia abundante que sanea y lava periódica y gratuitamente sus calles, tenemos que hacerla de forma absolutamente artificial, con lo que ello supone en esfuerzos y dineros. Dado que los recursos destinados a la limpieza no son los que deberían ser, y serán cada vez más escasos al priorizarse los servicios sociales, como parece razonable hacer en la sociedad del bienestar que todos deseamos tener -lo que no sabemos es hasta cuándo nos lo podremos permitir-, no queda más remedio que plantear el problema de forma inversa, en vez de limpiar tendremos que no ensuciar, y el no ensuciar asumirlo con total seriedad.

Alguien podría decirme: «Acaba usted de descubrir la pólvora». Y tendría toda la razón, nada hay nuevo en la propuesta de vamos a no ensuciar, para no tener que limpiar.

Pero lo hago, porque creo que conviene insistir en lo obvio para que vaya calando y, sobre todo, por exigir con cierto rigor, que es necesario e imprescindible, aplicar las normas cívicas de comportamiento ciudadano existentes y otras complementarías que sobre el tema deberán elaborarse, todas ellas relacionadas con los dueños de los perros, botellones ilegales, tiradores de basuras fuera del tiesto, meones y meonas públicos, vomitadores de fin de semana, tiradores de colillas y basuras, y finalmente, algunos grafiteros del tres al cuarto sin valor añadido, salvo el de sus neuronas personales de artistas frustrados; y aplicarlas con tolerancia cero, duela a quien le duela.

La policía municipal tendría que abandonar el tiempo que dedica a la aplicación de multas de tráfico intrascendentes, y dedicarlo al seguimiento y la elaboración de unas nuevas multas, que se aplicarían, incrementadas considerablemente, sobre aquellos que infrinjan las normas viejas y nuevas relacionadas con la limpieza y la imagen urbana. Evidentemente tendría que existir un cambio de chip en la policía urbana y tener el apoyo de la clase política, si realmente se busca de verdad, reducir la degeneración que produce la suciedad en los barrios y calles donde se asienta formando una mugre impresentable. Porque si en algo estamos de acuerdo todos los ciudadanos sin importar ideas políticas, es que queremos una ciudad más limpia.

Lo dicho sobre la limpieza de nuestros pueblos y ciudades, no hace nada más que repetir en otro tono, la tesis del sociólogo Carlos Gómez, que no tengo el gusto de conocer, expresadas recientemente en este mismo periódico, y que asumimos en su totalidad.

Y ahora pensemos en los solares abandonados que tan mala imagen proporcionan como basureros improvisados. A modo de ejemplo, véase el solar que existe en mi pueblo de Sant Joan, en el mismísimo centro, justo al lado del Ayuntamiento. Estarán conmigo, observando la fotografía adjunta, que la imagen que nos transmite a los ciudadanos que pasamos un día sí y otro también por la acera que bordea el mismo, es de una cutrez insoportable.

¿Qué hacer con estos solares? No hay que inventar nada, el problema lo ha resuelto el alcalde de Santander y su equipo técnico de una forma simple y barata.

Bastaría colocar y extender en dicho solar un espesor apropiado de tierra vegetal, con medio metro posiblemente sería bastante, y plantar un conjunto de plantas apropiadas, que con una pequeña instalación de riego por goteo, haría posible convertir el estercolero en un pequeño jardín a un coste mínimo.

A modo de sugerencia, una vegetación sencillamente de sedum extensivo autóctono bastaría. Una malla de simple torsión perimetral de cerramiento en el solar, que impida a algunos dueños de perros ejercer su incivismo, y la imagen resultante que ofrecería la ciudad en estos espacios sería otra muy diferente. Si no me creen solo tienen que mirar las fotografías que les adjunto. El coste podría tratarse con los propietarios mediante una reducción del IBI o una pequeña rebaja de los impuestos que se generan en las construcciones cuando se levanten en cada solar en función de su superficie.

Cambiando de tema, un simple apunte en relación a la imagen ciudadana que transmiten los polémicos veladores, que en mi opinión, tras visitar este verano alguna ciudad que otra, es que son un instrumento que impulsan la vida ciudadana y bajo este aspecto resultan francamente positivos. Ahora bien, dicho lo anterior, no cabe duda alguna, que necesitan una regulación razonable en cuanto a los espacios y tiempos que ocupan, para no dañar los derechos de los vecinos y transeuntes. El suprimirlos sería un error, porque vivifican los barrios y calles donde se ubican.

No estoy de acuerdo con que los veladores sean en sí mismos perversos. ¿Para qué sirven las ciudades si no las pueden disfrutar los ciudadanos? Las ciudades en sí mismas carecen de vida, la vida la ponen sus habitantes y deben estar a su servicio y no al contrario, y bajo este prisma: ¿Dónde tiene lugar la convivencia ciudadana? ¿Dónde pueden sentarse a disfrutar de la fachada de una catedral y charlar sobre todo lo divino y lo humano? No obstante, sí estoy absolutamente de acuerdo en que los veladores deben encontrarse regulados en todos sus aspectos y, en modo alguno, los hosteleros pueden tener patente de corso para hacer lo que les venga en gana, inculcando los derechos de terceras personas. Bajo este punto de vista, por supuesto que me adhiero y doy mi apoyo total a una regulación sensata de los veladores que propicie el Ayuntamiento, si es éste su horizonte y no la supresión de los mismos.

Y para acabar, recordarles que los carteles publicitarios ilegales y legales, siguen siendo un foco de atención, que altera la calidad estética y visual de los rincones y espacios más atractivos de las ciudades. Tendría que existir una norma, donde ningún cartel pudiera colocarse sin efectuar primero un pequeño estudio del impacto visual que generen con unas simples fotografías ambientales, y el cartel que carezca de dicho estudio, sanción y al basurero con el mismo cuanto antes. Obviamente, deberá establecerse un periodo de adaptación a la norma de los carteles existentes. Esto último ya lo vengo repitiendo de cuando en cuando con escaso éxito.

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