Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan R. Gil

Análisis

Juan R. Gil

Cien días de nada

Los nuevos ayuntamientos salidos de las negociaciones posteriores a las últimas elecciones municipales cumplirán la semana que entra cien días desde la toma de posesión de sus respectivos gobiernos. El plazo, desde luego, no es suficiente para juzgar una gestión, ni siquiera sus inicios. Pero sí lo es para analizar los propósitos.

La mayoría de los equipos al frente de los ayuntamientos experimentaron un cambio absoluto el pasado 13 de junio. En algunos de ellos, transcurridos poco más de tres meses se observan ya las dificultades de manejar la amalgama que conformó esos gobiernos. Es el caso de Elche, donde el alcalde socialista y sus socios de Compromís se ven obligados a convivir a diario con un agente desestabilizador dentro de casa como es la exconcejal del PP y hoy edil de su propio partido Cristina Martínez,cuya única razón de ser es precisamente haber roto un gobierno y estar empeñada en romper el siguiente. O el de Torrevieja, por citar las dos ciudades más pobladas de la provincia tras la capital, regida por cinco partidos mal avenidos, de los que no se espera otra cosa que concretar quién, cuándo y con qué excusa le devolverá las llaves del Consistorio al PP.

Pero a la hora del balance es el Ayuntamiento de Alicante el más sobresaliente, no ya por su condición de capitalidad sino porque, entre las grandes ciudades que registraron cambios en esta provincia tras las elecciones, Alicante supuso, si atendemos a las siglas que lo conforman, el intento más nítido de conseguir un gobierno de izquierdas. Pues bien, volvamos al principio. El problema del tripartito que gobierna Alicante no es su gestión en estos cien días, sino que de ella es imposible extraer un propósito. Y en política, cuando no hay propósito, puede que haya quien mande, pero no hay gobierno.

El tripartito de Alicante, ya desde sus fundamentos, es un experimento de difícil encaje. Dos formaciones políticas con culturas asamblearias similares pero enfrentadas entre sí por el pasado -Compromís nació en buena medida de la enésima fractura de EU, integrante básico de Guanyar- y por el presente -compiten en un mismo segmento electoral-, le dieron la Alcaldía a un tercero -el PSOE- del que ninguno de los dos se fiaba y al que ambos -Compromís y Guanyar- habían hecho corresponsable con el PP de los males de Alicante. Así que una carambola política -lícita, pero no por ello menos forzada- otorgó el trono a un candidato postizo. ¿Por qué postizo? Enumeremos: 1. Como todo el mundo sabe, pasó de las listas de Unión Valenciana, la ya extinta derechona regionalista, a las del PSOE. 2. Logró la secretaría general del partido como guiñol de quien, hoy como entonces, domina la sede socialista, el exsenador Ángel Franco. 3. Ni siquiera era residente en el municipio al que se presentó para gobernar, cuestión ésta que puede parecer menor, pero que resulta imposible de hallar en otro lugar de España, si de grandes ciudades hablamos, y que remite directamente a la falta de identidad que sufre Alicante, entendida ésta como falta de compromiso con la ciudad. 4. Obtuvo los peores resultados que los socialistas han cosechado en su historia, logrando la proeza de reducir en un 25% su ya mermada representación.

Y sin embargo, Gabriel Echávarri es alcalde. ¿Por qué? Porque la formación de ese gobierno no tenía nada que ver con la ideología -de haberlo tenido, él jamás habría podido llegar a donde está-, sino con las circunstancias. Las tres fuerzas sólo tenían un objetivo común, echar al PP, al que lo subordinaron todo. Ese objetivo no sólo era legítimo, sino que era necesario: el PP hizo en estos veinte años todo lo que un partido tiene que hacer para que su desalojo fuera una cuestión de higiene democrática. Pero el problema es que, bajo esa premisa, no hubo inteligencia suficiente para pergeñar un verdadero acuerdo de gobierno. Ahora se ha comprobado que lo único que se negoció fue el reparto de los despojos que los populares dejaban y unos cuantos adornos cosméticos que enseguida han demostrado dar más problemas que los que pretendían disimular.

El resultado es que no tenemos un gobierno. Ni siquiera una agrupación de intereses, como ocurría con el PP. Tenemos tres políticos que sabían lo que buscaban -Echávarri, ser alcalde; Pavón, controlar la ciudad; Bellido, hacerse visible-, pero no sabían para qué. Así que, cumplido el primer y único objetivo, la toma del poder, no aciertan en cómo seguir y se limitan a improvisar. La falta de presupuesto, tan real como común a otras administraciones, no sirve de coartada: la iniciativa política, los proyectos aglutinadores y motivadores, no dependen en primer lugar del dinero, sino de la capacidad y la talla de quien tiene la responsabilidad de gobernar.

La propia imagen que ofrecen cada vez que comparecen (juntos no para colaborar, sino para vigilarse) es el reflejo de una ciudad donde nadie pelea por el bien común, salvo que éste coincida con su interés político. Echávarri es un alcalde enormemente agresivo, que dedica la mayor parte de sus energías a debilitar a los que tiene al lado y a los que cree enfrente, antes que a construir. No hay grandeza alguna en su actuación, lo que hay es un uso desmedido de la demagogia. Pavón está forzando todos los días a EU y a los movimientos que confluyeron en Guanyar a una paradoja: la de que fuerzas que depositan su razón de ser en su asamblea, transmitan una imagen de un personalismo feroz. Bien está que la figura más destacada de EU no sea, como a veces ha ocurrido, su abogado. Eso era una anomalía política. Pero lo que está haciendo Pavón, en una dinámica que ya degustó el pasado mandato, es imponer su nombre a la marca: se habla, con más o menos temor, como si de Robespierre se tratase, de Pavón. Sólo de Pavón. Y eso a la larga perjudicará a la izquierda. En cuanto a Bellido, se esfuerza en aparentar ser el chico guay que acompaña a los otros dos. Pero su electorado, el más formado y dinámico de los tres, nunca lanzó señales de que aspirara a colocar al niño bueno de la clase: lo que prometía era cambiar el colegio. Y eso no se hace tragando con todo.

Matar políticamente a Castedo y acabar con Ortiz no pueden ser un fin en sí mismos en el segundo municipio de la Comunitat. Y encima eso ya había empezado hacerlo, con bastante efectividad, el popular Miguel Valor. Por tanto, ¿en qué se diferencia esta ciudad, teóricamente gobernada por la izquierda, de otra bajo el mando de la derecha? ¿En que perros y gatos puedan subir al autobús? ¿Adónde vamos? ¿Puede decir alguien cuál es el plan de este tripartito para Alicante? ¿Dónde quieren que la ciudad esté, cuál es la transformación de fondo que nos proponen en esta legislatura, cómo van a hacer que funcione y que avance, que salga del estancamiento? No hay respuesta a esas preguntas. Y es verdad que sólo han transcurrido cien días. Cien días de nada:eso es lo malo.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats