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Semana y media

Andrés Castaño

La catalanidad

LUNESSHANGRI-LA

En parte inspirada en la dulzura algo cargante de Walt Disney y en parte en la épica de «La fura dels baus», la manifestación del viernes en Barcelona trasciende el cómputo de asistentes y los discursos de los organizadores. Fue una representación grandiosa y brillantemente ejecutada que logró su objetivo: identificar independencia con felicidad. Siempre ha sido un recurso manoseado hasta la náusea y la versión catalana no aporta novedades, aunque sí un método innovador. Una de las palabras que el castellano ha exportado al resto de idiomas es «pronunciamiento». A diferencia del «golpe de Estado» de origen francés, el pronunciamiento no pretende ocupar el poder desde el primer momento sino llamar al resto de fuerzas para que se unan a la insurrección. El «pronunciamiento» era históricamente un acto militar que reclamaba la adhesión de otros jefes militares, pero Mas ha inventado el «pronunciamiento civil», iniciado con un acto de rebeldía de algunas autoridades que se dirigen a «la nación» (el lenguaje decimonónico ha recobrado actualidad) a despecho de la legalidad. ¡Una tradición española!

MARTESFIESTA NACIONAL

Sería interesante censar los espectáculos locales que exhiben con orgullo malos tratos, torturas, vejaciones y sacrificios. En España deben de ser docenas y no creo que nadie pueda asumir que arrojar una cabra desde un campanario es una manifestación cultural. En todo caso será una tradición, pero las cosas no son necesariamente buenas por ser antiguas. Naturalmente, todo esto importa muy poco al toro de la Vega, protagonista involuntario del conflicto entre dos formas de ejercer la intolerancia. Los «animalistas», una mezcolanza heterogénea de naturalistas coherentes, zoófilos sentimentales y revolucionarios con demasiadas causas, chocan con el hecho visceral de que los vecinos de Tordesillas, como los de cualquier otro lugar, blasonan de peculiaridades ancestrales. Sin embargo, las peculiaridades ancestrales suelen ser bárbaras y casan mal con la bondad universal que se preconiza para musulmanas con clítoris, sirios o toros. En estos casos, siempre es fascinante observar a esos alcaldes con tampón progresista que reculan ante los rústicos vecinos que votan cada cuatro años.

MIÉRCOLESUN REY EN NUEVA YORK

Nuestro Gobierno ha involucrado al rey en su campaña de fortaleza institucional que arrancó hace dos meses con el rejonazo de Cameron a Artur Mas en Madrid a cuenta de la incorporación de Cataluña a la UE. Después, Rajoy viajó a Alemania para hablar de fútbol con Merkel, según comentaron ufanos los enviados especiales, y la sintonía entre ambos fue todo lo entrañable que puede serlo entre un gallego críptico y la hija de un pastor protestante sajón. Por lo demás, De Guindos anda de gira financiera por Londres y es notorio que algunos empresarios catalanes por fin han caído en la cuenta de que hay elecciones el 27-S. Un eslabón añadido es la visita de los reyes a la Casa Blanca buscando el espaldarazo de Obama en un atril pomposo, que es al fin y al cabo el objetivo último de estos viajes con algunos riesgos: García Margallo también está en Nueva York y puede empezar a hablar en cualquier momento.

JUEVESLOS APÁTRIDAS

Hace unos minutos, la multinacional selección de baloncesto (dos catalanes, dos mallorquines, un canario, dos valencianos, dos madrileños y he olvidado la nacionalidad del resto) ha derrotado agónicamente a la multicultural Francia. Según los criterios filosóficos que maneja la banda de Mas, Piqué y Karmele Marxante, Pau Gasol no es catalán. No es broma. Recordaba Borrell hace unos días que Pujol también le negó su catalanidad a pesar de que militaba en un partido catalanista, el PSC, actualmente en trance de extinción por su congénita incapacidad para superar sus contradicciones. El desesperanzado Borrell ya era un político con galones cuando Maragall cifró la corrupción en el 3% e inmediatamente sufrió un ataque de amnesia patriótica, o los socialistas formaron coalición con un partido anticonstitucional como ERC. Borrell protestó en falsete desde su exilio en Estrasburgo, mientras que aquí se halagaba la inteligencia florentina de los Maragall que había derribado las murallas del pujolismo. Todo cuanto queda ahora de aquel partido es un retén de meritorios errantes a la espera de que alguien requiera sus servicios tras el 27-S.

VIERNESLA PELA

Auspiciado, cómo no, por «El País», cincuenta exministros de UCD, PSOE y PP han suscrito un manifiesto en el que piden el reconocimiento de la «singularidad catalana». No vale la pena detenerse en la identidad de los firmantes ni devanarse los sesos acerca del significado de la expresión «singularidad catalana». Salvo que hablemos de incluir en la Constitución la «butifarra amb moixettes», sólo se puede estar hablando de conferir estatus nacional a Cataluña. Aunque en la práctica esto ya sea una realidad, el agravio del nacionalismo catalán surge de la equiparación: ellos son más «singulares» que andaluces o aragoneses y quieren que este plus sea reconocido por la Constitución. Naturalmente, esta sería la versión irrelevante del estadista aficionado a los manifiestos: los independentistas ni siquiera se plantean una nueva constitución española. Sin embargo, admitamos que Mas todavía sea sobornable: la singularidad tendría un precio y conviene recordar que la actual perturbación comenzó cuando Rajoy se negó a conceder un «concierto» catalán similar al vasco y navarro. Supongo que los cincuenta exministros habrán echado cuentas antes de firmar.

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