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Javier Llopis

Opinión

Javier Llopis

El cambio cultural

El hambre aguza el ingenio. Siete años de crisis económica y de recortes de dinero público han tenido unos efectos inesperados: en medio de la miseria institucional, la cultura alcoyana ha florecido con un sinfín de iniciativas excitantes lideradas por personas o por grupos que han decidido ponerse el mundo por montera y expresar sus inquietudes artísticas a través de todos los canales posibles. Frente a unas administraciones instaladas en el permanente lloriqueo por la falta de fondos, ha surgido entre nosotros un grupo de entusiastas que cree que cualquier proyecto es viable si se le echa algo de imaginación y de ganas de trabajar. Las distancias entre la cultura oficial y la cultura real se agigantan y asistimos a una explosión de actividad, que nos devuelve la perdida imagen de Alcoy como una ciudad inquieta y creativa.

Lejanos están los días dorados de la subvención. Ya casi nadie se acuerda de aquellos tiempos en los que el dinero de las instituciones fluía a chorros sobre una cultura perfectamente controlada y dirigida por unos políticos omnipresentes que hacían y deshacían a su antojo, recompensando a sus amiguetes y castigando con la congelación de las ayudas a cualquier elemento díscolo. Aquella cultura opulenta y «flatosa» fue un mero espejismo y la mejor prueba de ello es que desapareció sin dejar ningún rastro digno de interés.

Este pequeño milagro cultural llega de la mano de un grupo de francotiradores incontrolados; de gente dispuesta a perder su tiempo y sus esfuerzos en montar ciclos de música clásica, programaciones estables de jazz, innumerables eventos teatrales, exposiciones de todo tipo, recitales poéticos y ediciones de libros de nuevos escritores. Por los circuitos más tradicionales o militando en el más estricto «underground», todas estas iniciativas tienen una cosa común: son el producto de la sociedad civil alcoyana y funcionan de forma autónoma al margen de las programaciones institucionales. Partiendo desde el más absoluto amateurismo, este movimiento ofrece unos resultados modestos pero llenos de autenticidad. Es cultura de base y de ella han desaparecido todas la pretensiones de obtener rentabilidades políticas o personales.

Como en otros aspectos de la vida, en esta historia la gente de a pie ha ido por delante de los políticos. Mientras las concejalías de Cultura entraban en estado de estupor y eran incapaces de crear un modelo de gestión para los tiempos de crisis y de apreturas económicas, el personal se espabilaba y decidía llenar por su cuenta y riesgo el hueco dejado por unos gobiernos inoperantes, que todavía creen que es imposible la actividad cultural si uno no dispone de una chequera para llenarla con cifras con muchos ceros. Se ha producido un cambio y, sin ningún género de dudas, ha sido para mejor.

La nueva situación hace necesario un profundo examen de conciencia por parte de las personas que rigen la cultura oficial de Alcoy, que han de replantearse en profundidad sus relaciones con una realidad que lleva años funcionando de una forma totalmente autónoma y libre. Cualquier intento de volver a los tiempos del dirigismo y del control ideológico supondría la congelación inmediata de esta pequeña primavera cultural de la que estamos disfrutando.

A los políticos les toca (aunque el gesto suponga para ellos un penoso sacrificio) ponerse en segundo plano, apoyar las iniciativas ya existentes y olvidarse de protagonismos para dejar que fluyan con naturalidad unos proyectos que han sido capaces de insuflarle algo de vida a una ciudad acogotada por una dosis letal de incompetencia institucional y de indolencia cívica.

El centro de gravedad de la cultura alcoyana se ha trasladado desde los despachos a la calle y este nuevo escenario se ha de contemplar con una nueva mentalidad.

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