Es la televisión de la que nadie habla. Pero ahí está. Y qué sería de nosotros sin ella. Millennium arrancó nueva temporada en la madrugada del lunes al martes sin hacer ruido. Prácticamente sin promoción. La primera entrega estuvo dedicada a la homofobia. En primer término Ramón Colom dialogó con Grande-Marlaska. A continuación, el invitado se unió al grupo de expertos para debatir con calma, hasta donde da de sí una hora de televisión, los muchos flecos y cuestiones colaterales relacionados con el tema central.
Ni que decir tiene que Millennium es televisión de primer orden. Y que en un hipotético ranking que midiese la calidad (valores sociales, servicio público) engrosaría los primeros puestos. Lo que contrasta, sin duda, con la soberana indiferencia con la que se topa el formato. Ya desde su propia ubicación en la parrilla. Tratándolo como un producto poco menos que irrelevante.
La entrega número 40 de Millennium (durante las 3 temporadas pasadas se emitieron otras 39) culminó una de esas noches modélicas en La 2. Que se inició con la emisión de La torre de los siete jorobados, de Edgar Neville, continuó con el informativo de Mara Torres, siguió con un Documentos TV de producción propia titulado Del podio al olvido, dedicado a la vida de quienes fueron deportistas de élite cuando les llega el periodo de barbecho; concluyendo con el arranque glorioso de la temporada de Millennium y, como postre, con uno de los últimos conciertos gozosos que conformaron el último Festival de Jazz de San Javier. Todos estos programas, del primero al último, fueron vistos por alrededor del 1% de la audiencia.
Mientras, Gran Hermano atrapó, de entrada, al 24%, a uno de cada cuatro. Y va hacia arriba. Y la conversación entre Bertín Osborne y Jesulín de Ubrique fue lo más visto del miércoles. La televisión de calidad está ahí. Que la gente mire a otra parte es otra historia. La nuestra.
