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En la ya mundialmente famosa carnicería del Toro de la Vega hay normas. De hecho, al héroe que acabó este año con la vida del animal lo desposeyeron del premio porque se las saltó. Y a esto es a lo que íbamos, a lo curioso que resulta que las normas broten hasta en los sitios donde están prohibidas. Si se trata de disfrutar con el despellejamiento y la muerte lenta del toro, por Dios, qué más da si se le alanceó de frente o de perfil. O sea, que hasta para acabar con la civilización occidental, que diría Esperanza Aguirre, hay un código que tiene el mérito de haber sido escrito por ágrafos. Y no solo un código, sino un jurado encargado de hacerlo cumplir. Lo último que se le habría ocurrido a uno es que para garantizar la limpieza de esa fiesta obscena se reuniera un jurado. Un jurado, sí, compuesto, no sé, de cuatro o cinco personas, por decir algo, que observaban muy serias el apaleamiento del animal, su acuchillamiento obstinado, el tamaño de los labios de sus heridas, etcétera, para determinar si el rito, por llamarlo de algún modo, se había llevado a cabo como Dios manda. El crimen como una de las bellas artes.

Se supone que la función de la norma es la normalización. La norma pone orden allá donde no lo había. Resulta difícil imaginar una fiesta del Toro de la Vega más desordenada que la actual. Hemos visto a los bravos mozos morder al toro e intentar introducirle palos por el culo. Pero quizá hubo una época, no sabemos en qué momento de la prehistoria, donde se le sometía a monstruosidades que no somos capaces de imaginar. De ahí, se nos ocurre, que con la aparición del pensamiento simbólico surgiera un caudillo que dijera hasta aquí hemos llegado. No sé, quizá se le ocurrió prohibir violar al toro una vez muerto. He ahí una norma que quizá continúe vigente y de ahí también la necesidad de un jurado con competencias suficientes para castigar a los desnormalizadores. El ganador de este año pertenecía a esa categoría. Se saltó la norma, el pobre, y le arrebataron el título después de haberlo acariciado.

Asegura el PSOE que cuando gane las elecciones, suprimirá la fiesta. Con toda la cara, ya que el alcalde de Tordesillas es socialista y no le han dicho ni mu.

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