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Antonio Sempere

En pocas palabras

Antonio Sempere

Ganas de aula

Tengo ganas de volver a las aulas. Muchas. Tengo ganas de regresar al cuerpo a cuerpo, a eso que siempre se ha llamado clase magistral y que ahora da un poco de vergüenza pronunciar, por antiguo. El cara a cara con los alumnos. El modo presencial. Sin ordenadores ni redes sociales de por medio. El regreso a las cuatro paredes del aula. Donde caben la comunicación verbal y la no verbal. El regreso al santuario del saber, que tanto tiene de ritual, como puede comprobarse en las reminiscencias que todavía se conservan en los actos académicos institucionales de la Universidad.

No digo que esté en contra del progreso y de las muchísimas herramientas que nos aporta Internet. Todo eso que está en la nube y de lo que nos podemos nutrir. Sólo digo que no cambio el cuerpo a cuerpo por nada. Que a punto de traspasar el aula otro septiembre, siento el mismo cosquilleo en el estómago, idéntica ilusión a la de la primera vez. Recuerdo, de niño, ese momento felicísimo en el que olía profundamente los libros recién comprados, olor a imprenta le llamaba yo, sinónimo de arranque de etapa, de final del aletargamiento vacacional, ese que nunca me fue grato.

Ahora me toca el rol inverso. Subir a la tarima, no quedarme abajo. Y compartir el bagaje adquirido hasta la fecha, que esa es la mayor grandeza de la transmisión del conocimiento. En mi caso, tratando de contagiar la pasión por el audiovisual a unos alumnos que, a diferencia de mí, han crecido en la era digital, y que me podrían enseñar tantas destrezas y tantas técnicas. Lo que no es óbice para que yo intente, humildemente, ayudarles a aprender a mirar. Ahí es nada. Aprender a mirar. Todo un arte infinito.

Llega el momento del inicio de las clases, agrupadas en cuatrimestres que, una vez instalados a velocidad de crucero, pasarán en un santiamén. Es el momento del reencuentro. O del descubrimiento de nuevas caras. Podrán llegar todas las recreaciones «on-line» que nos sean dadas, podrán avanzar las técnicas una barbaridad. Pero nada podrá equipararse al acto docente presencial. Al encuentro entre el docente y el discente mirándose a los ojos, aclarando dudas, matizando conceptos, ejemplificando y alumbrando ideas.

La Universidad es mucho más que aula, lo sé. Es investigación, gestión, es calidad y excelencia, intercambio de experiencias. Pero la quintaesencia de todo ello, humildemente, la encuentro en el aula. De ahí que no comprenda la tendencia de algunos alumnos (aunque sean minoría) a evitarlas. Cargados de razones profesionales, familiares, de mil y un motivos, de acuerdo. De ahí que no comprenda que ante la cercanía de un viernes por la tarde, no hablemos ya de un puente, los campus queden como anestesiados.

La Universidad, como punto de encuentro, es un lujo a nuestro alcance. Creo que uno de los pocos que nos quedan. Uno de esos lugares que deberíamos proteger de todos los avatares externos. El tiempo vuela, y entre vacaciones, imprevistos y agendas muy previstas y milimetradas, una vez inmersos en materia, los días empezarán a correr cuesta abajo. De ahí que debamos atraparlos por el cuello, instalarnos en cada uno de ellas, y sacar el jugo a todas y cada una de las sesiones. Como si fuera la primera o como si fuera la última. Porque en cuanto nos queramos dar cuenta, lo será de verdad.

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