Todos los años por estas fechas el mismo debate. Si se producen lluvias intensas o torrenciales la preocupación es saber si ha sido «gota fría» o no. Y yo siempre digo lo mismo: da lo mismo que se forme una «gota fría» o no para que puedan desarrollarse fuertes lluvias en estos meses tardo-estivales, en nuestro litoral mediterráneo.

Si hay aire frío en las capas altas y humedad suficiente en superficie, es suficiente para que se formen núcleos nubosos convectivos y para que adquieran tamaño y energía. Y para que descarguen 50 litros o más en una o dos horas. Con eso ya tenemos el lío organizado.

Los barrancos y ramblas crecen súbitamente, incluso los que pasan por medio de los pueblos y ciudades transformados en calles y avenidas, y arrastran lo que encuentran a su paso.

¿Qué más da que sea una configuración de gota fría, o no, la que origina el episodio? Los estudios posteriores ya determinarán con exactitud la causa meteorológica. Pero a la gente le da igual que sea un motivo u otro. Lo importante es que llueve mucho en poco tiempo y causa daño. La expresión «gota fría» se ha popularizado tanto que ha perdido su sentido académico. Ahora todo chaparrón intenso es gota fría. Y es difícil desmontar esa idea. En estos casos, lo importante es comprobar que la gestión de los territorios de riesgo sigue siendo muy precaria.

De nuevo hemos visto imágenes de viviendas junto a las ramblas; de alcantarillado que no está adaptado a chaparrones intensos, de avenidas que ocupan el sitio de los barrancos, de pasos subterráneos en las carreteras totalmente anegados y con coches dentro.

Ante esto, ¿qué más da que sea o no «gota fría»? Lo importante es que siguen produciéndose daños cuantiosos y víctimas mortales. No por culpa de la «gota fría».