Si bien la semana pasada describíamos las funciones principales de los rituales, nos detenemos hoy a examinar sus implicaciones más profundas. Y para ello comenzaremos hablando de los esquemas mentales y las creencias simbólicas.

La conducta de todo individuo se basa en el concepto que tiene de sí mismo, en el esquema mental que se adjudica. Es decir, si los padres de un niño le acusan repetidamente de ser demasiado travieso, lo más probables es que el niño se lo crea y se comporte como tal. Pero si en cierta ocasión, ese niño tuviera que representar, en una obra de teatro, el papel de un infante extremadamente responsable, lo más probable es que supiera hacerlo. En este sentido, todos desarrollamos un papel en nuestra vida. Un papel que va cambiando con el paso de los años y de las circunstancias. Desarrollamos el papel de trabajador, de director, de soltero, de casado, de hijo y de padre. Y con frecuencia, diferentes roles se dan cita en una misma época de la vida. De este modo, un directivo, muy exigente y profesional en su puesto, puede asistir a una comida familiar el domingo y adoptar allí un rol mucho más infantil y sumiso. Mientras que con su esposa, en este ejemplo, muestra una faceta rebelde y adolescente. Todos estos «papeles» se definieron con un ritual: bautismo, matrimonio (en el que el sacerdote, en el rito cristiano, enunció las reglas del nuevo rol), y protocolo de ascenso -que incluyó una comida con el equipo, una reunión en la que se presentaron las nuevas tareas del puesto, etc-. Probablemente van acompañados también de un modo de vestirse: traje corbata para las reuniones laborales, ropa cómoda y desenfadada para la vida familiar? Incluso los niveles de ciertas hormonas -como la testosterona- se ha comprobado que oscilan en función del rol que desempeñamos.

Los rituales ayudan a establecer socialmente dichos roles. Lo que se espera del individuo que va a desempeñar una función de interés para el grupo. Sin embargo, esas demandas pueden entrar en conflicto, cuando trasladamos conductas de unos ámbitos a otros, o bien, generar incoherencias en la persona. Imaginemos al directivo del ejemplo, exigiendo demasiado a sus hijos y tratando a su esposa como a un subordinado. Puede ser este un buen momento para pensar que, si bien la libertad humana ha sido educada con el correr de los siglos, esas guías han de estar bajo nuestro propio criterio.