­No soy optimista ante las próximas elecciones catalanas del 27S. La apuesta soberanista de Mas ha tensado al máximo la cuerda entre la legalidad y la emotividad, y ya sabemos que el llamamiento a las emociones puede más siempre que el de la obediencia a las leyes. Nos gusta la libertad de expresión de los catalanes que se manifiestan el 11-M lícitamente por la independencia y la de los que no lo hacen desde sus casas. Pero nos disgusta el manejo de las pasiones que los políticos agrupados en la bandera secesionista hacen de la fiesta que debería ser de todos los catalanes, y no sólo de los independentistas. Mas quiere seguir con su juego, y mantiene como gusta decir a Miguel Ángel Aguilar, «impasible el ademán» ante las advertencias de la Unión Europea de Merkel y de los principales mandatarios europeos.

Apuesta su suerte que la lista del Junts pel Si obtenga la mayoría absoluta, primando los escaños y no los votos, cuando cualquier planteamiento independentista como el que se hizo en el Quebec se basaría sobre una afirmación de la mayoría de la población que llegara al menos al 70 o 80%. También obvia el president las informaciones desveladas en torno a la supuesta corrupción de la financiación su partido (de nuevo mis felicitaciones al nonato diario El Español), y la trama del 3% que confirmaría las advertencias en su momento de Maragall en el Parlament. Aplicando la aritmética de corrupción más soberanía, Mas tendría que basarse, como bromea un amigo, en una mayoría de 47%, es decir del 50, menos la comisión.

Pero volviendo a la otra parte, analizaremos también cómo dispone el Gobierno del presidente Rajoy a enfrentarse a la cuestión. Vemos sorprendidos cómo la actitud es también la de mantener impasible el ademán. El mejor resumen, el que nos hace cada viernes la vicepresidenta para todo Soraya Sáez de Santamaría, limitándose a dar el grito de rigor ante cualquier pregunta sobre la cuestión catalana: este Gobierno está para hacer cumplir la Constitución y las leyes. La frase es de Perogrullo y lo podemos comprobar cómo al invertirla carecería de sentido, quedando como: «este Gobierno está para transgredir y hacer transgredir las leyes». Es como si con este Gobierno funcionáramos con el piloto automático.

Recordamos cuando la intentona del referéndum, el presidente Rajoy llevó, como ahora ha vuelto a hacer, el caso al Tribunal Constitucional y se quedó fumando un puro en Moncloa. Recordaba aquella actuación a una versión del cuplé de Sara Montiel «fumando espero? la sentencia que yo quiero». Sólo el anuncio de que si sumaran un diputado más de la mitad procederían a la declaración unilateral de independencia, llevó a Rajoy a mover ficha. Se encontraba en Berlín recibiendo el respaldo de la canciller alemana y desde allí ordenó la presentación de una proposición suscrita por el portavoz del grupo parlamentario del Congreso que modifica la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional. Como bien señalar Aguilar, una vez más Rajoy oscila entre la parálisis y la epilepsia, declina las responsabilidades inherentes al poder ejecutivo, se apropia de la bandera de la unidad y expulsa a los demás a las tinieblas exteriores de la sospecha. Se acerca el 27S. Veremos.