Ellos están en lo suyo, en lo propio. Se hacen lo que son, suecos. Primero con Ortiz, que intentó marearlos como a perdiz, contándoles planes en el aire, proyectos inviables, contactos en las alturas, el señor del do ut des, del quid pro quo, y todos contentos, los suecos, él y los ediles de antaño. Ágapes, andanzas, pitanzas y bacalao en Oporto con Alperi y Castedo antes de Casillas. Al tiempo, con su subordinada y alcaldesa, siguiendo los pasos de su mentor, iban ensanchando legislación, normativa o planes generales para dar cabida a los señores del norte. Castedo les dio cancha, les dio partido que jugar, y hasta se pitó un penalti en contra con tal de que marcaran gol para alegría y jolgorio de los escandinavos, que si en épocas remotas invadían las costas para arrasarlas y llevarse todo lo que podían, ahora vienen a instalarnos sus macrotiendas de muebles de quita y pon, y llevarse todo el dinero que puedan, eso sí con paciencia, son más de dos décadas en el intento.

No quieren cámaras ni libretas, prefieren la intimidad. Vienen de territorios donde las temperaturas dificultan la necesidad de salir a la calle, en cambio nosotros estamos acostumbrados a patearla a todas horas, incluso tomamos la fresca. Por tanto están más por lo confidencial, por lo que queda en casa, porque todo quede entre pocos, tres ya son multitud. Un tripartito, ni les digo. El sigilo les hace cautelosos, no se fían ni de su sombra. Hacen de la cautela virtud, siempre precavidos con quién negocian, siempre astutos, siempre sutiles hasta llegar a la argucia, a la seducción. Compran y construyen como quien juega al Monopoly. Son los maestros de los bienes raíces. Una vez las echan, se quedan en el lugar elegido y hacen del interiorismo casero una uniformidad que para sí hubiesen querido Mao y sus acólitos.

Pero su idiosincrasia la marca su gentilicio. Son suecos, por lo tanto se hacen los distraídos. Fijan las condiciones de las reuniones. No ser públicas para ellos conlleva también la prohibición de instantáneas previas a la reunión, como si fueran menores a los que haya que pixelar. Se levantan y huyen despavoridos ante tal anatema de la confidencialidad. No fotos, si nos queréis, irse, en el más puro estilo Lola Flores. Estos escandinavos no son los que nos vendieron, lo de la socialdemocracia, del Estado de Bienestar, de la transparencia, vamos, lo más de lo más. Estos suecos son empresarios tipo, que van a lo suyo, que intentan por todos los medios que todo les salga lo más barato posible para así tener las máximas ganancias posibles, son el estereotipo de la multinacional. Son como esos noruegos que nos venden los maravillosos fiordos y el ecologismo, y al tiempo tienen sus costas llenas de plataformas petrolíferas. Pero saben que son necesarios para una ciudad que suspira por puestos de trabajo, por la instalación de una empresa de talla mundial, sí una de las desprestigiadas en el ideario de al menos dos tercios del tripartito, pero con la que van a tener que aprender a tragar sapos y culebras por los vecinos, por la ciudad. De entrada el lema electoral de «Ikea sí, macrocentro no» ha pasado a mejor vida una vez usado como banderín de enganche.

Por fortuna para los intereses de la ciudad, los suecos, siguen haciendo gala de su gentilicio cuando no se dan por aludidos por las palabras del portavoz del tripartito, el representante de Compromís, Bellido el seguidor ché. El insulto vertido tras la espantá sueca al compararlos con delincuentes, no es propio de quien representa al Ayuntamiento de Alicante. Si el fondo es importante en toda negociación, las formas también lo son, y en este caso Bellido ha desbarrado por completo, y sin lugar a dudas no merece ostentar el cargo de portavoz, del que siempre se espera la mesura necesaria para que los roces o divergencias entre las partes sean explicados a la opinión pública en forma nunca ofensiva para nadie. Una cuantas clases de diplomacia necesitaría el portavoz municipal. Los de Ikea mientras tanto haciéndose los suecos.