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Camilo José Cela Conde

Eslabón perdido

Suelo decir a los alumnos de la asignatura de antropología de la UIB que, hablando de la evolución humana, el eslabón perdido es el fósil más fácil de encontrar por la cantidad de veces que se ha hallado. Así que sería cosa de irle cambiando el nombre. Pero se ve que los misterios relacionados con nuestros orígenes tienen un atractivo difícil de superar porque cada año salta la noticia de un nuevo eslabón. Bien es cierto que no termina de quedar claro a qué se refieren los autores de esos sucesivos y recurrentes hallazgos. ¿Al ancestro común de chimpancés y humanos? ¿Al antepasado que nos une a los neandertales?

Como no podía dejar de ser, el anuncio hecho por un nutrido grupo de paleoantropólogos del descubrimiento de más de mil quinientos ejemplares fósiles de un miembro muy primitivo de nuestro linaje ha sido saludado por la prensa de divulgación científica hablando del nuevo eslabón perdido. Es un tanto paradójico que se le llame así a lo que Lee Berger, investigador del Evolutionary Studies Institute de la Universidad de Witwatersrand (Johannesburgo, Sudáfrica), y sus colaboradores han bautizado como Homo naledi. Y lo es porque el tránsito desde los australopitecos a los primeros miembros de nuestro género, Homo, abunda en especies -todas distintas entre sí- que comparten el hecho de disponer de una mezcla de rasgos primitivos y derivados. No parecen ya australopitecinos pero tampoco se encuentran tan evolucionados como el Homo erectus, primer miembro de nuestro género al que ningún especialista niega que tiene poco que ver con los australopitecos.

El Homo naledi podría haber sido bautizado como Australopithecus naledi sin que se generasen grandes protestas. Es verdad que su cráneo y dentición se apartan de la morfología típica de los australopitecos, es particular de los robustos (parántropos), pero las falanges curvadas de sus dedos y el volumen muy pequeño de su cerebro son rasgos claramente primitivos. Autores como Bernard Wood llevan años reclamando que los primeros Homo, como el H. habilis y el H. rudolfensis, se consideren australopitecos. Pero con el Homo naledi las dudas se multiplican porque no ha podido calcularse la edad de los fósiles hallados en la cueva de Dinaledi, con lo que su relación evolutiva es aún más difícil de establecer.

Lo más pintoresco del nuevo hallazgo es que, al proceder de una parte profunda de la cueva, cabe plantearse el porqué de su presencia allí. Algunos comentaristas han hablado de la similitud con la Sima de los Huesos de Atapuerca, lanzando la hipótesis de un enterramiento deliberado que haría de esos ancestros con menos de la tercera parte de nuestro cerebro los protagonistas de una conducta simbólica muy avanzada. Se trata de una especulación, sin más, porque ninguna evidencia empírica apunta al enterramiento. Pero la imaginación desbordada es la compañera ideal del eslabón perdido cada vez que se encuentra alguno de ellos.

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