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Juan R. Gil

Empezar por los cimientos

l president de la Generalitat adelantó el pasado domingo en una entrevista publicada en estas mismas páginas el que será sin duda uno de los ejes principales del discurso que pronunciará el próximo 9 d'Octubre: la necesidad de un gran pacto político, social y económico para que la Comunitat salga de la inanidad en que se encuentra en el escenario político español y al mismo tiempo logre una financiación justa.

Todas las circunstancias hacen que la intervención de Ximo Puig en este próximo Día de la Comunidad Valenciana adquiera un carácter extraordinario. Será la primera vez en 25 años que al público se dirija un president que lidera un gobierno de izquierdas. Pero con la singularidad de que es un gobierno de coalición, donde desde el principio se han hecho presentes las tensiones entre las distintas almas que conviven dentro de él y fuera, porque no hay que olvidar que éste es un Consell conformado por el PSPV y Compromís, con el apoyo en el Parlament de Podemos. O sea, que en la coctelera hay socialdemocracia, izquierda con fuerte componente identitario, nacionalismo puro e izquierda radical. Puig está sabiendo hasta el momento agitar con prudencia esa mezcla, pero él es el primero en ser consciente de que los ingredientes son altamente inflamables.

Pero además, será un discurso pronunciado a escasas fechas de que se hayan sustanciado unas elecciones en Cataluña cuyo carácter plebiscitario sobre la independencia es ya imposible de evitar por culpa de los tremendos errores cometidos por las principales fuerzas políticas durante los últimos quince años. Es decir: nos guste o no, el 27 de septiembre los catalanes no eligen sólo un Parlamento; lo que medirán los votos es hasta dónde llega la determinación de abandonar España. Con todo el país inmerso en ese conflicto, cuya intensidad no se verá rebajada, sino que se incrementará tras el 27-S, lo que Puig diga el 9 d'Octubre puede quedar en la irrelevancia más absoluta, eclipsadas sus palabras por el debate catalán, o puede abrir nuevos frentes en España y en el seno de la propia Comunitat Valenciana. El president ya ha dicho que él no es independentista y que apuesta por una reforma constitucional que establezca un modelo federal. Pero también ha dicho que con la actual situación la Comunitat Valenciana es, literalmente, inviable, y en la entrevista que antes citaba pronunció un «¡Hasta aquí hemos llegado!», que para él puede ser un mero recurso retórico, pero que algunos de sus socios de gobierno se toman muy en serio.

El acto del 9 d'Octubre tendrá lugar, pues, en uno de los momentos políticos más convulsos de la historia reciente de España, entre unas elecciones en Cataluña que van a marcar el futuro próximo de todo el país y unas elecciones nacionales de incierto resultado pero que dejarán unas Cortes Generales fragmentadas y forzadas por las circunstancias a acometer reformas de calado no visto desde la Transición, entre ellas la de la propia Constitución. Y se celebrará en una Comunitat Valenciana obligada a reinventarse y encontrar una nueva imagen que presentar de sí misma, después de que cualquiera anterior fuera arrasada por la corrupción y el despilfarro. Y necesitada de soluciones urgentes que la saquen de la quiebra en la que agoniza, con la deuda más alta de España en términos de PIB (casi el doble de la media) y la más elevada del país en cifras absolutas, sólo superada por Cataluña, pero muy por encima de las que pesan, por ejemplo, sobre Madrid o Andalucía. Como los medios publicábamos ayer, lejos de reducirla, el último gobierno del PP continuó acrecentando esa deuda, nada menos que a un ritmo de 1,1 millones de euros por hora. Es una situación insostenible, provocada por una infrafinanciación tan perversa como para convertirnos en la única región deficitaria que es aportadora neta de ingresos al Estado; por una deuda histórica importante, y jamás reclamada en firme, derivada de la asunción de competencias sin su correspondiente transferencia económica desde Madrid; pero también por años de propiciar desde nuestros gobiernos autonómicos un modelo productivo depredador, basado en arrasar cualquier estructura sólida a cambio de obtener beneficios a corto plazo y en considerar la educación, la investigación o la innovación apéndices sin valor. Fuimos los alumnos aventajados de la cultura del pelotazo y cuando la crisis acabó con ella, a nosotros no se nos vino abajo un sistema, sino una forma de vida.

Así las cosas, promover un gran pacto por la Comunitat Valenciana como el que plantea Ximo Puig sólo tiene sentido si se hace, por paradójico que suene, desde el estrabismo más absoluto: con un ojo puesto en Madrid pero otro en Valencia. Porque el president Puig también ha dicho que es prioritario «pegar» la Comunitat Valenciana, pero lo ha formulado en términos de vertebración, de solucionar alguna vez la difícil relación entre Valencia y Alicante. Y con eso no basta. Aquí no queda nada en pie: no hay organizaciones empresariales que no estén peleadas o que tengan peso alguno (salvo que pretendamos conformarnos con ese lobby llamado AVE, que de vez en cuando grita dentro, pero casi nunca lo hace fuera de nuestras fronteras); los sindicatos han perdido capacidad de movilizar e influir; el mundo de la cultura ha retrocedido decenios; las universidades no pueden estar en la excelencia porque están en la supervivencia; la sociedad está rota tras el varapalo ya mentado de la corrupción, el despilfarro y la dependencia de un modelo económico que nos ha situado a la cola de la productividad; nuestras infraestructuras, de las más completas del país, se van haciendo viejas sin haber sido capaces de rentabilizarlas... y suma y sigue. Si movimientos como los que llevaron a Colau a la Alcaldía de Barcelona o a Carmena a la de Madrid, o partidos como Podemos, no han tenido aquí el éxito de otros sitios ha sido porque el PSPV, en el peor de sus momentos, aún logró tener un anclaje suficiente en la sociedad como para resultar la fuerza más votada de la izquierda, aunque fuera por los pelos, y porque existe Compromís, que al final capitalizó los votos que en otros lugares dieron el triunfo a los fenómenos antes citados. Y si la mecha indepentista no prende, es porque nadie ha sido capaz -todavía- de aglutinar toda la frustración acumulada y convertirla en combustible. «Pegar» la Comunitat supone, pues, reconstruirla desde sus propios cimientos.

Así que está bien que el president marque el rumbo del pacto, pero ahora tiene que definirlo. Lo quiera o no, a Puig le ha tocado el reto histórico de refundar esta comunidad y eso no se hace sólo con unas cuantas fotos apresuradas en el Palau. Quizá habría que empezar por desterrar los tópicos. ¿Qué somos? ¿Una tierra de emprendedores o de pillos? Una respuesta sincera es posible que nos ayudara a entender por qué pintamos tan poco en España.

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