Como siempre, ha tenido que ser apelando a nuestra vergüenza y obligándonos a mirar fijamente a los ojos del drama, en forma de Aylan, la única manera de recordarnos que vivimos en un mundo cruel y despiadado. Impactos emocionales que nos recuerdan que nuestros problemas diarios tienen una magnitud limitada en comparación a lo que sucede más allá de las fronteras de marfil europeas. Soy de los que, tomando conciencia de esta realidad, se recuerdan casi a diario que el precio que pago por la gasolina, o el coste de la ropa en las tiendas, es en parte causada del saqueo del tercer mundo y la explotación de trabajadores y trabajadoras al otro lado del globo.

En esta reflexión quiero ser duro, tajante y despiadado, empezando conmigo mismo por formar parte de esta sociedad abusiva y destructiva. De existir un mundo igualitario, pero igualitario de verdad, no con esa falsa «igualdad» de cuento de hadas que se promueve desde la hipocresía política, la calidad de vida tal y como la conocemos, no existiría.

«Sabemos que hay millones de Aylans en el mundo, pero hacemos como que no nos enteramos, salvo un par de horas a la semana, tras el telediario o en explosivas declaraciones de solidaridad». Somos unos hipócritas, y lo digo bien alto, y paliamos las vergüenzas de nuestras almas cuando nos obligan a mirar cara a cara a la desgracia ajena, cuando la desolación es tan evidente que mirar hacia el otro lado se nos hace incómodo.

Sabemos que hay millones de Aylans en el mundo, con cientos de conflictos abiertos que desgarran familias, masacran niños, torturan mujeres y acaban con generaciones enteras; pero hacemos como que no nos enteramos, salvo un par de horas a la semana, tras el telediario o en explosivas declaraciones de solidaridad.

Salvo en contadas ocasiones, la mayor herramienta para apelar a la cooperación y el envío de ayuda es el sentimiento de culpa. Salimos a la calle cuando se nos remueven las tripas ante la vergüenza de tener agua corriente y luz a diario sabiendo que otros no tienen ni siquiera un techo sobre el que dormir. «Muy pocas personas estarían dispuestas a tener un mundo en el que se pagase por el precio de las cosas en lugar de mirar hacia otro lado mientras se saquea en páramos lejanos para abaratar costes». Aquí es donde hay que alabar una vez más asociaciones como Cáritas, Cruz Roja, Médicos sin Fronteras y los propios Scouts, que trabajan con la solidaridad como principal arma. Y, por qué no decirlo, a todas las personas voluntarias que ayudan al prójimo sin recibir nada a cambio, y no solo cuando se sienten culpables.

Un mundo mejor existe, sí, pero no para aquellos que han tenido la desgracia de nacer en el tercer mundo. Porque, aquí es donde meto el dedo en la llaga, muy pocas personas estarían dispuestas, de verdad, a tener un mundo totalmente justo en el que se pagase por el precio de las cosas, en lugar de mirar hacia otro lado mientras algunos ejércitos, mafias y grandes compañías saquean para abaratar costes.

¿Qué nos queda entonces? Quizá, y solo quizá, tranquilizar la conciencia tratando de vivir dignamente, ayudando con colaboraciones a ONGs, echando una mano en proyectos sociales en el barrio y, de este modo, dormir tranquilos hasta la próxima imagen de un Aylan asesinado.