Cuenta Alfonso Guerra en su libro Cuando el tiempo nos alcanza (Espasa Libros, 2006), primera parte de sus memorias, que en uno de los primeros viajes que hizo en tren de Sevilla a Madrid tras la victoria socialista de 1982 se le acercó un hombre que, tras ponerse casi de rodillas junto al asiento en el que iba sentado, comenzó a alabar al Partido Socialista por la reciente victoria, a felicitarle efusivamente así como a ponerse a disposición del nuevo Gobierno socialista que poco después debía constituirse. Aquel hombre tan solícito era José María Ruiz-Mateos.

Cuesta comprender cómo fue posible que durante años miles de españoles confiaran en Ruiz-Mateos no sólo apoyando sus supuestas reivindicaciones en contra de las decisiones de la Justicia sino, incluso, comprando acciones o pagarés de aquellas disparatadas iniciativas empresariales, por llamarlas de algún modo, que la familia, con el patriarca a la cabeza, ponía en marcha cada cierto tiempo. Durante muchos años la técnica empresarial de Ruiz-Mateos se centró en comprar empresas que se encontraban en dificultades económicas, daba igual el precio, asegurando el pago de la cantidad mediante pagarés que nunca se hacían efectivo. Al mismo tiempo dejaba de pagar a los proveedores, a la Seguridad Social y a la Hacienda Pública. Ese fue el único secreto del empresario que durante años algunos idolatraron como un outsider de la economía y de la política: no pagaba a nadie. Después venían las reclamaciones judiciales, los embargos y el desfile por juzgados de media España del clan Ruiz-Mateos con el padre a la cabeza y con sus hijos detrás en cuanto superaron la mayoría de edad, vistiendo trajes a medida y corbatas fucsia y con el gesto muy sorprendido como si no tuvieran ni idea, ninguno de ellos, del motivo de su presencia ante el juez que investigaba a las empresas de Rumasa por estafa o por no haber pagado los impuestos que debían.

Resumía José María Ruiz-Mateos las peores maneras del franquismo, época en la que comenzó a cimentar un imperio que abarcaba multitud de empresas y de ámbitos que pudo construir gracias a sus contactos creados por su pertenencia al Opus Dei, grupo religioso ultra conservador cuyos miembros tuvieron gran influencia en los gobiernos franquistas. Con la expropiación del grupo Rumasa, el 23 de febrero de 1983, se dio por terminado un largo reguero de estafas e impagos que hubieran afectado seriamente a la economía nacional de no haberse producido la expropiación porque Ruiz-Mateos fue un empresario que no creía en un Estado eficiente protector de los más necesitados. ¿Para qué pagar impuestos? Mejor se quedaba él con el dinero que un Estado plagado de políticos ineptos, pensaba.

En la década de los 80 supo canalizar la aversión que sentía la derecha española hacia los gobiernos de Felipe González, llegando a convencer a una parte de la sociedad que la expropiación que se hizo del grupo Rumasa fue una decisión política ajena a la situación financiera de las empresas del holding de la abeja, que se encontraba, cuando fue expropiada, al borde de la bancarrota por la deuda que había generado. Para evitar la caída que se hubiese producido de haber continuado con su controvertida, por llamarla de alguna manera, actividad empresarial, Ruiz-Mateos creó un banco propio que otorgaba créditos a sus empresas aumentando con ello un agujero en sus cuentas que llegó a ser de 111.000 millones de pesetas de la época.

Hubiese sido revelador que antes de morir José María Ruiz-Mateos nos hubiese contado la verdad de su modus operandi por el cual dejó sin pagar miles de facturas, cuotas de Seguridad Social y a miles de incautos que, inexplicablemente, y a pesar de las advertencias de la CNMV sobre su proceder empresarial, entregaron algo más de 90 millones de euros a la familia Ruiz-Mateos para financiar Nueva Rumasa, un segundo intento de crear un emporio empresarial gracias al dinero de los demás y no al esfuerzo y al ingenio propio.

Las varias sentencias condenatorias conocidas hasta la fecha han demostrado que el dinero que recibieron gracias a la última emisión de pagarés fue utilizado para mantener el alto nivel de vida de la familia al completo que ha venido disfrutando en los últimos años. La vergonzosa actuación que hemos podido observar, acusando los hijos al padre y al revés para tratar de confundir a los juzgados que han conocido las diversas causas, dista mucho de la moral de la que hacían gala y de las continuas referencias a la Virgen que hacía el patriarca del clan.

Con el fallecimiento de José María Ruiz-Mateos y la entrada en prisión, hace unos meses, de dos de los hijos, se complica un poco más la posibilidad de que los afectados por la estafa de Nueva Rumasa recuperen su dinero, así como que las empresas que adquirieron en los últimos años a base de promesas incumplidas de pago, algunas de ellas de nombre muy conocido, logren recuperarse y sus trabajadores consigan la estabilidad laboral y el cobro de sus nóminas.