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Francisco Esquivel

Entre carencias

Rafael Soriano, autónomo del sector de la construcción, ha puesto un anuncio en este diario donde ofrece 6.000 euros a quien le haga un contrato decente a su hija de 25 años que lleva tres en el paro y a la que ve perdidilla. No es el primer caso. Una semana antes, un pensionista maño utilizó el mismo sistema para intentar colocar a su mozo de 39, con mujer y un zagal de 5 que, tras encadenar curros temporales desde que superó la selectividad, ha pasado a formar parte de los más de cuatro millones de desempleados con los que este país, como saben, ha dejado atrás ya oficialmente la crujía y está asombrando a medio mundo y a parte de la corteza terrestre. El otro día un allegado, que podía estar jubilado de haber querido y que tiene una cría preadolescente, sacó a colación lo que a esta franja y a las que le antecede les aguarda cuando lleguen a la edad alcanzada por él y se dispongan a vivir de lo cotizado. Nosotros ya no estaremos pero, con la marcha que llevamos, no es fácil aventurar quiénes serán los encargados de poner los anuncios en ese momento: si los padres, los hijos, los yayos, los desplazados, las oenegés o los gobiernos. Ahora mismo, de convertirse en moda, pueden proliferar desde cualquier rincón de España salvo Cataluña donde, como es bien sabido, parece que solo hay un problema. Curiosamente, la cuna nacional en la que el Consell entonces conservador/hoy la hostia propinó auténticos tajos en todo lo que tenía a mano salvo tevetrés, contó con la habilidad de envolver el descontento social en otra bandera y, por arte de birlibirloque, ni surgen anuncios desgarradores ni los contrincantes de la estrategia son capaces de situar en el escaparate los retrocesos experimentados en investigación y en diferentes vanguardias generando la controversia que falta. Es lo que tiene estar descolocados.

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