La ominosa imagen de un niño ahogado en la orilla de una playa, de espaldas con su nariz y su boquita recibiendo el impacto de las olas, con esa inmovilidad que desprende la muerte, sus flácidos bracitos caídos del revés sobre la húmeda arena rendidos, fatigados tras la lucha cruel por mantenerse a flote, ha roto el corazón de millones de personas en todo el mundo. Otro niño más que no dará la lata jugando a la pelota. Otro niño más al que la atávica y bastarda contienda de los hombres por imponer sus creencias, por conseguir el poder, por querer que el mundo gire a su alrededor, ha matado con la colaboración necesaria de esos viles, deleznables, hideputas mercantilistas de la vida, que ponen precio a las de los demás para llenarse los bolsillos en época de miedo, miseria y huida.

El niño, yerto sin vida, su ropa mojada que deja ver parte de su barriguita, calados sus pies inertes, con una de sus orejitas pegada a la arena como si buscara el sonido de la mar en una concha perdida, víctima inocente de una guerra más, huía junto a su familia en busca de un cobijo al que la comunidad internacional y sus burócratas todavía no habían concedido. Sin negar obstaculizando, sin prohibir impidiendo. Cobijo en fase de rechazo que es vivero para las deleznables mafias que operan por toda la costa del Mediterráneo, cobrando oro por viajes en barcazas de la muerte. No hay nada más execrable que comerciar con personas, pero aún lo es más si es un niño quien acaba sufriendo las consecuencias.

El niño, con su familia, no emigraba, no anidaba en sus mayores la idea de abandonar su tierra para establecerse en otra. Huían de una guerra atroz que viene azotando a su país desde hace años ante la inoperante actitud de los organismos internacionales. Huían de la persecución de unos canallas que en nombre de su particular dios asesinan sin control, masacran a todos los que no compartan sus delirantes creencias y tradiciones, asolan territorios y ciudades que conquistan, empequeñeciendo al que de él decían que no volvía a crecer la hierba donde su caballo pisara. Huían de un régimen dictatorial al que se ha estado protegiendo desde Occidente, y que usaba la tortura sistemáticamente contra los que osaban oponerse a su tiranía, hasta que fue tanta la oposición, que decidió usar las armas contra un pueblo sojuzgado y sometido a su voluntad durante décadas. Huían de una guerra que no es suya, que nunca buscaron y de la que en ningún caso son responsables. Éxodo forzado por criminales de guerra.

El niño devuelto por la mar, inerte, en manos de la parca, abre corazones cerrados, crea empatías rescatadas de la indiferencia, da rienda suelta a la ternura, despierta solidaridades dormidas. Nada más cierto que una imagen vale más que mil palabras. Palabras que venían contando la muerte sin sentido de tantos y tantos niños en las zonas más deprimidas de nuestro planeta. Niños que mueren por hambre, desnutridos, ojos mustios con pestañas nidos de moscas, brazos de hueso y piel, barrigas hinchadas. Niños que mueren a diario por guerras tribales, niños que matan a otros niños hostigados a convertirse en niños soldados, niños que mueren por miles, por cientos de miles por causas ajenas a la naturaleza, por motivos que ya nunca entenderán, y que no hay dios que hubiera podido explicarles.

Aylan ha pasado a ser nuestro niño, el de todos, ahijado por los hombres y mujeres de buena voluntad. Tras su horrible muerte, esa ha sido su triste suerte, otros no han tenido derecho ni a ello. No fueron portada, nadie lamentó su ausencia. La imagen del cadáver del niño de la playa quedara en el imaginario como lo que ocurrió y nunca debió pasar, como despertador de conciencias, como lo que sucede para nuestra vergüenza común. Desde la otra punta del Mediterráneo, donde vivimos millones de privilegiados, clamamos a quien corresponda por subvertir de una vez el calvario que sufren familias como las de Aylan. Nosotros podemos y debemos ayudar, prestar auxilio, dar cobijo a los exilados, pero siempre a quien corresponda, no valen propósitos sin base, pero sin duda la solución está actuando en origen. Pocos saldrían de su tierra sin conflicto bélico, sin hambre, sin trabajo, sin futuro.