Malditos sean los hombres y gobiernos que promueven las guerras sin anteponer antes la palabra y la convención, los que siegan la vida de seres inocentes; malditos sean quienes las alientan y amparan, los que ven con distancia y frialdad la injusticia, el dolor, la muerte de inocentes y, pudiendo hacer algo más, son incapaces de conmoverse, lanzando frases lapidarias cual personas sin corazón: «Es que aquí, nuestro nivel de desempleo no permite». O la frase de otro excelso ministro que no era partidario de cuotas porque se iba a producir «un efecto llamada y (....)». Y otras que ya no son del caso. ¡Para qué! ¡Se califican por sí mismo! Mucha altura moral (sic) convendrán. El Gobierno español se mueve, ahora, al rebufo del movimiento municipal que actúa de lanzadera en el ejercicio humanitario de la solidaridad con los refugiados. Y ahora es el Gobierno el que empieza a dar brazadas reuniendo a las comunidades autónomas. Qué cinismo.

Te pedimos perdón, Aylan, por no haber protegido tu vida, porque tu pequeño cuerpo de tan sólo 3 años no merecía nunca terminar, inerme, en la orilla de una playa turca meciéndole las cadenciosas olas de un mar desconocido para ti. Tú tenías que estar vivo, pletórico de ilusión, como niño, jugando con tus amigos, junto a tus padres, buscando refugio -porque huíais de la guerra- en los «Estados democráticos» de Europa y estos debían de haberos dado la oportunidad de hallar, juntos, un nuevo horizonte después del infierno de Kobane, arrasado, de donde procedíais. Ni siquiera Canadá -através de su legación diplomática- os escuchó. La democracia avanzada -dirán sarcásticamente-.

Pero ahora, después de tu marcha, Aylan -qué contradicción-, empieza a removerse las conciencias de muchos gobiernos cobardes y timoratos. No de otra forma pueden ser calificados. Repito: cobardes y timoratos.

Las conciencias de muchos de estos dirigentes están putrefactas, y tan sólo han virado al ver tu pequeño cuerpo, tendido, quedo, inmóvil, al ver tu pantalón azul, tu camiseta roja, sin vida, sin el latido del corazón (tic, tac, tic, tac ) de un niño..., sí, de un niño, que en palabras de Juan Cruz representa el mundo entero. ¿Qué pretendíais tú, Aylan, y tu familia? No lo digas. Lo sé: vivir, tan sólo vivir, buscar un nuevo horizonte, huir de la barbarie, respirar la vida, el aire de la libertad. Y, como a otros compatriotas que vagan por estaciones de tren, por vías férreas, os han tratado con indignidad, como si fuerais... Y, sí, han debido de hacerse alguna pregunta que no han sabido responderse. Tal vez se hayan atragantado con sus conciencias; o casi se hayan asfixiado, pues las mismas han debido afear sus negruzcas acciones.

Perdona, pequeño Aylan, sí, sí, soy un abuelo y tengo un nieto de tu edad al que quiero un montón e intento, junto a sus padres, inculcar valores. Y sí, he llorado de impotencia, de rabia, no he podido contener las lágrimas ante tremenda injusticia, al ver tu pequeño cuerpecito. Estas torpes y temblorosas palabras son -desde lo más profundo de mi corazón- un pequeño tributo y homenaje a tu memoria, a la de tu hermano y a la de tu madre, también tristemente fallecidos en la playa turística turca. La barcaza nunca llegó a su destino. ¡Qué contradicción!, ¿verdad, Aylan? Venir a morir en una zona con porvenir. No te olvidaremos, pequeño Aylan. Tu ejemplo se ha inoculado en nuestros corazones. ¡Hasta siempre, Aylan! Reivindicaremos tu memoria.