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Javier Llopis

Tribuna

Javier Llopis

Una visita normal

Por mucho que duela, hay que reconocerlo: en los últimos veinte años Alcoy ha tenido una suerte perra con los presidentes de la Generalitat. A lo largo de dos décadas, los ayuntamientos de esta ciudad han tenido la rara virtud de estar siempre en el sitio político equivocado en el momento político equivocado. Nuestro gobierno era de izquierdas cuando el PP arrasaba en el resto del país o nuestros concejales populares militaban en el zaplanismo más exacerbado cuando Paco Camps era amo absoluto de vidas y haciendas. Vivir en esta anomalía permanente nos ha proporcionado un sinfín de disgustos y ha hecho que las visitas institucionales del máximo mandatario autonómico de turno se convirtieran en momentos atípicos llenos de tensión y de demostraciones públicas de falta de comunicación entre instituciones. Hemos visto de todo: presidentes chulazos, que trataban a nuestro alcalde como al chico de los recados; presidentes distantes y mayestáticos, que limitaban su estancia en la ciudad a unos pocos minutos cargados de displicencia y hasta presidentes abucheados y silbados por una ciudadanía harta de aguantar gestos de desprecio por parte de unos políticos que parecían decididos a borrar a Alcoy del mapa de la Comunitat Valenciana.

Si se tienen en cuenta estos precedentes, no es extraño que la visita de un presidente de la Generalitat en un ambiente de normalidad se convierta en noticia de primera página y en motivo de grandes expresiones de satisfacción institucional. El prodigio se produjo el pasado jueves y su protagonista fue el «molt honorable» Ximo Puig, que estuvo en el Ayuntamiento, que se reunió con los miembros de la corporación municipal, que mantuvo un encuentro con los periodistas, que presidió la apertura de curso en la Politécnica y que incluso se quedó a comer para disfrutar de la gastronomía autóctona. Desde los lejanos tiempos de Joan Lerma no se recordaba una estancia tan larga de un presidente autonómico entre nosotros y lo que es mejor, durante este prolongado espacio de tiempo no hubo desplantes ni mohines de superioridad; prácticas habituales de los últimos mandamases valencianos, que en este caso han sido sustituidas por el diálogo y por el encuentro con los diferentes representantes políticos locales.

El acontecimiento va más allá de la mera anécdota protocolaria. Estamos hablando del reencuentro de una ciudad con el hombre que representa a la primera institución de la Comunitat Valenciana. Cualquier actuación relacionada con sanidad, educación, servicios sociales, industria, cultura, promoción económica o infraestructuras pasa por las manos de la Generalitat y de la voluntad política de sus dirigentes depende que acabe en éxito o en decepcionante fiasco. Durante veinte años Alcoy ha tenido que sobrevivir con el permanente rechazo de una administración autonómica que nos había colocado en el primer puesto de su lista negra, lastrando nuestro desarrollo con un trato absolutamente injusto, que nos situaba en inferioridad de condiciones respecto a otras localidades de similar tamaño y con problemas y necesidades similares.

El cambio de actitud del nuevo Consell abre caminos donde antes sólo había puertas cerradas y activa los canales de comunicación entre dos instituciones, el Ayuntamiento y la Generalitat, creadas para complementarse y para trabajar por objetivos comunes. Acaban los tiempos en los que Alcoy tenía que empeñarse hasta las cejas para asumir en solitario proyectos públicos que excedían a las competencias de una administración local y empieza una nueva etapa en la que cada uno asumirá el papel que le corresponde. A partir de ahora, todo dependerá de la habilidad de nuestros gobernantes para buscarse la vida en Valencia y de la solidez de las propuestas que surjan desde Alcoy. Entramos en fase de normalidad y tras dos décadas de castigo sistemático, esa es una buena noticia para todos.

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