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Crónicas precarias

Manual de instrucciones para ser un cretino insensible con los refugiados

Si en vuestro interior habita un cretino insensible, estáis de enhorabuena. La mayor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial es el escenario óptimo para dejarlo salir. ¡Abrid vuestras almas podridas, permitid que vuestro pequeño misántropo corra libre y con la melena al viento! Nunca fue tan sencillo demostrar la falta de empatía hacia nuestros semejantes. Hasta nos han traído un niño muerto en la playa para que podamos decir que menuda pena, pero que no podemos acogerlos a todos. Más fácil imposible.

De nuevo -pero en esta ocasión a lo grande, con enormes rótulos de neón- los acontecimientos históricos nos obligan a decidir de qué lado estamos. ¡Por fin podremos comprobar cuán ruines somos, creo no voy a dormir de la emoción!

Tenemos la oportunidad de posicionarnos junto a gente como Fernández Díaz, el piadoso Ministro del Interior que se refiere a los refugiados como «goteras» en una casa. Goteras de cadáveres, supongo. O como García-Margallo, quien critica que se quiera «acoger por acoger», así, por gusto, por vicio. Podemos respaldar sin ambages ni medias tintas a los que ponen vallas de alambre alrededor de nuestras confortables vidas, los emperadores de las concertinas y los muros. Todavía estamos a tiempo de dar nuestro apoyo firme e incondicional a los que gritan a diestro y siniestro que aquí no cabe nadie más. Sabemos bien de lo que hablamos, hace unas décadas fuimos una engrasada máquina de fabricar refugiados (¿Stanbrook? ¿Alguien ha dicho Stanbrook?).

No obstante, si la aproximación más visceral no nos convence, también contamos con la opción de vestirnos de patéticos burócratas (traje gris, corbata gris, mirada gris) y reducir la tragedia humana a una cuestión de números. La mediocridad aplicada sin concesiones. No hay dinero, las cuentas no cuadran, que regresen a morirse sobre los escombros de sus casas. Recordad, si acogemos a esos desgraciados supervivientes os van a subir los impuestos. Tantas mantas y tantas latas de conserva luego se notan en la declaración de la renta. ¿Y todo eso quién lo paga, a ver? Ya están los sirios estrangulando a nuestra sacrificada clase media.

Podemos tomar ejemplo de los responsables de la Unión Europea, los mismos que ya han dicho que muy trágico todo pero que si no pasa nada nuevo se reunirán de urgencia? el 14 de septiembre. El típico éxodo que se gestiona heroicamente con pachorra y buenos sentimientos. A lo mejor es que esperan que para entonces la mitad de refugiados se hayan volatilizado por arte de magia y el problema esté casi resuelto. ¿Y por qué no inspirarse en los gobernantes de Hungría que se han llevado a decenas de personas engañadas a un campo de refugiados como si fueran ovejas hacia el matadero?

Total, que tenemos todo a nuestro favor para conseguir que en unas décadas este episodio se recuerde como una muestra más de indiferencia internacional ante el sufrimiento ajeno. Pero también podemos decidir que estamos al lado de los exhaustos, hambrientos y desesperaos seres humanos que empeñan su alma en la huida. De las familia que escapan de la guerra y el horror, de los que cruzan fronteras con sus hijos en brazos o agarrados a sus hermanos mayores. Es el momento de decidir si queremos ser unos miserables o no. Yo prefiero que no.

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