En la intersección de las calles Agramoste y Brasil (antiguamente conocida como Teniente Rey), a pocos cientos de metros del Capitolio, en pleno corazón de La Habana, se alza lo poco que queda de la maltrecha fachada de un antiguo edificio. Para quienes han tenido la oportunidad de conocer esta maravillosa ciudad a la que he vuelto de visita este agosto, esta imagen no tendría nada de particular si no fuera porque parece que en su día se quiso reconstruir, quién sabe para qué uso. Para ello se alzaron en todo el perímetro unos altísimos y sólidos andamios que ahora apenas se adivinan entre la espesa vegetación que los ha recubierto. No hay edificio; sólo un enorme y frondoso jardín vertical. No es feo pero, salvo el dudoso valor estético, no le aprecio ningún otro.

Su contemplación me produjo una sensación desagradable y me invadió un sentimiento de desánimo que todavía perdura, a pesar de mis esfuerzos por desterrarlo. Yo no veía un edificio derruido rodeado y cubierto de una suerte de selva tropical, no. Lo que yo vi en esa imagen fue la situación de la igualdad de mujeres y hombres en España. La ínfima parte de fachada que se mantenía en pie de aquel edificio en ruinas se me antojó como el principio básico de igualdad formal de mujeres y hombres. Los andamios representaban la normativa de desarrollo de ese principio para convertirlo en real: la ley de medidas integrales contra la violencia de género, la ley de igualdad efectiva de mujeres y hombres, la ley de salud sexual y reproductiva e interrupción voluntaria del embarazo, otras tantas leyes autonómicas y otras normas internacionales y comunitarias. Esos andamios denotaban una voluntad política de construir el edificio de la igualdad. Pero nunca llegaron los recursos humanos y materiales para ello, de modo que el andamiaje sólo ha tenido una utilidad: servir de sostén a un montón de maleza que oculta la ausencia de una igualdad real y efectiva y que sólo el viento de los asesinatos machistas agita de vez en cuando para revelarla. Parece que no es prioritaria esta construcción; al menos, de momento. Y con esa sensación de desánimo, aunque no de desesperanza, inauguro septiembre y reabro esta pequeña ventana sobre el paisaje de la (des)igualdad de mujeres y hombres. Hay que ponerse a construir y somos muchas y muchos quienes lo exigimos y exigiremos cotidianamente y, además, lo haremos masivamente y de forma conjunta el próximo 7 de noviembre en Madrid en una gran marcha contra las violencias machistas. Porque la igualdad no es un lujo ni un ornamento sino una necesidad vital, parar la violencia machista es cuestión de vida o muerte.