Ha tenido que producirse la impactante y conmovedora visión de una fotografía mostrándonos al niño Aylan Kurdi muerto en la playa como terrible icono que sintetiza el inmenso drama por el que están pasando centenares de miles de personas forzadas a abandonar sus países huyendo de la guerra y el hambre para que se dispare el aluvión de declaraciones de solidaridad europea. A los gobiernos de Europa, a sus políticos, no parece que les hubiera alterado el pulso emocional la certeza de que antes de esa fotografía ha habido otras registrando la muerte de miles de personas -muchas de ellas también niños- en su huida hacia un mundo mejor, fotos que jamás verán la luz pero que han dejado gravada en sus negativos la enorme tragedia de sus anónimos protagonistas. La fuerza de una sola foto fuerza las conciencias dormidas levantando con su implacable mensaje el muro de indiferencia construido sobre los problemas ajenos. El mundo es ancho y ajeno, advertía hace años Ciro Alegría.

Y tras el drama -o junto al drama-, el oportunismo, los reproches, los editoriales, la demagogia, los complejos, las denuncias y, por qué no, las ocurrencias solidarias. Todo lo que no se había dicho ni hecho durante años por casi nadie resucita ahora con la fuerza de una convicción que en muchos casos no convence. Porque el problema humanitario que estos refugiados representan, fundamentalmente los sirios, el drama al que se ven abocados, no nace de manera espontánea ni es fruto de las casualidades universales, tiene una génesis, unas causas y un desarrollo cuya trazabilidad puede incomodar a más de un político tan solidario hoy. Todo el mundo censura a Europa por su comportamiento haciéndola responsable no sólo del drama humanitario, sino de las raíces del mismo, de no haberlo evitado. Y entre ese «todo el mundo» se encuentran quienes ahora muestran más guiños de solidaridad y hacen los reproches más contundentes.

Algunos dijimos hace tiempo, y escrito está, que el impulsivo y poco meditado apoyo que Europa dio a las llamadas «primaveras árabes», con todo lo justos que eran sus objetivos de derribar a sanguinarios tiranos e instaurar sociedades libres y democráticas, podría acarrear a la larga más problemas que soluciones. Así ha sido. Quizá con la excepción de Túnez -y ya veremos cómo acaba-, hoy Libia, Egipto o Siria están mucho peor que hace años. Unos pueblos en busca de la libertad se encontraron en el camino a los islamistas radicales que pronto se hicieron con el control imponiendo su imperio del terror. Egipto tuvo que rectificar a modo del golpe militar hoy apoyado por todos, EEUU y Europa incluidos. Libia ya no es un Estado, sino reinos de mafias y grupos radicales islámicos que aterrorizan al pueblo y viven de la trata infame de seres humanos que buscan desesperadamente salir de aquel infierno camino de Europa. Y Siria se ha convertido en el paradigma del fracaso de aquellas primaveras de ilusión. No solo el dictador Bashar al-Asad sigue en su puesto, sino que el Estado Islámico se ha hecho con el control de gran parte del territorio sirio y también iraquí, destruyendo a su paso la vida de los ciudadanos y los monumentos culturales patrimonio de la Humanidad.

Y la culpa de todo eso, según la gran progresía, la tiene Europa. Nada comentan de Rusia, Irán o Arabia Saudí, ni de las guerras fratricidas en nombre de la religión: sunitas (Arabia Saudí, Siria) contra chiitas (Irán), o el Estado Islámico contra todos. Y la culpa la sigue teniendo Europa, pero los centenares de miles de refugiados no van a Irán, Qatar, Kuwait, Emiratos Árabes o Arabia Saudí, países ricos con los que comparten cultura, tradiciones y religión, algunos de los cuales siguen contratando en condiciones de semiesclavitud a ciudadanos venidos de la India, Paquistán, Bangladesh o Filipinas. Pero la culpa la sigue teniendo Europa.

¿Cómo creen que se arregla el problema de Siria? «Paren la guerra, intervengan allí», le dicen a Europa los refugiados. Muy bien, pero para eso se necesita llevar al ejército, luchar sobre el terreno contra el EI. ¿Qué habría dicho la progresía, la extrema izquierda, los emergentes pacifistas si hace un año varios gobiernos europeos, incluido el español de Rajoy, hubieran tomado esa decisión? Ustedes dos conocen perfectamente la respuesta. Paren la guerra. ¿Cómo, luchando contra el EI con pancartas de paz y amor? ¿Enfrentándose a esos terroristas organizados y muy bien armados a base de tirachinas de colores y lacitos de algodón? Paren la guerra. La culpa sigue siendo de Europa haga lo que haga.

Ahora todo son ciudades refugio, ocurrencias y argumentos como que si España tiene más de ocho mil municipios con que cada uno de ellos acoja a una familia hablaríamos de más de veinte mil. ¿Y eso cómo se hace? ¿Por sorteo? Familia A al pueblecito B, familia C a la ciudad D, y así hasta veinte mil personas, así de disgregados, aislados, desconcertados. Pero lo mismo en Europa. ¿Qué familias van a conformarse con ir a Portugal, por ejemplo, en vez de Alemania? ¿Cómo se harán los cupos? ¿Dónde se harán las asignaciones? ¿Podrán las familias de refugiados opinar dónde prefieren ir, o se hará por implacable sorteo? La necesaria e imprescindible solidaridad con el inmenso drama de centenares de miles de personas no debe ser usada como arma populista, política y demagógica. Ni aquí ni en el resto de Europa.