Este domingo , el primero de septiembre, avanza casi casi ya un otoño que no olvidaremos. Es imposible olvidar lo que no es olvidable. Hacía mucho tiempo que no veía una foto tan tremenda, tan arrasadora como el cuerpecito del pequeñín Aylan de tres añitos en la playa. Esa vida segada por la injusticia de una guerra, la de Siria, que ahora parece que ya existe. Me tiene impresionada como el ser humano no quiere ver, o no ve, o no le viene bien ver cuando no quiere ver. Hace años ya que la guerra ha segado la vida de millones de sirios. Como hace años que cuerpecitos como el de Aylan mueren entre las ruinas de Palestina, Israel (porque hay muertos de ambos lados?), Somalia, Sierra Leona y en innumerables conflictos bélicos por Asia y por todo el mundo prácticamente. O las pateras que llegan cada día con pequeños casi arrasados por el hambre y el sudor, o el agua salada de un mar que para ellos es tragedia, no agua de yate y arroz de nuestra tierra. Ya quisieran. Pero no sólo ellos son Aylan. Las dos pequeñas que este verano murieron a manos de una sierra dentada bajo la frialdad de su padre y una gélida decisión de locura asesina, también dibujaban el rostro de la injusticia y la tragedia. Por eso cada vez más nuestro Occidente tan distante de la realidad, tan alejado por minutos de cosas que cada vez afectan más y más y de las que no podremos ser «isla barataria» por más tiempo (porque nos alcanzan sin remedio queramos o no); esta Europa tiene que tomar cartas en este y todos los asuntos que afectan al ser humano, en especial a los pequeños, a esos desvalidos corazoncitos que no pueden defenderse del «lupus» que es el hombre para el hombre cuando desata su ira. Me ha emocionado que esa foto haya servido para que nuestros aburguesados corazones vean más de lo que veían. Pero todo no se debe quedar en un «todos somos Aylan». Sino en una conciencia para que no vuelva a suceder o al menos no sea tan fácil. Ni en Siria ni en España, donde cada día hay niños que siguen sin futuro porque el presente les arranca la inocencia. Aylanes que soportan vejaciones todavía escandalosas y poco aireadas a manos de abusos, de redes mafiosas, de desalmados y, a lo peor, de sus propios padres. Una conciencia que desde esta columna pido, grito, exijo se haga con más cultura, con más leyes, con más justicia y con una protección que sea eficaz. Y consiga que nos emocionemos cuando leemos poesías que salen de corazones tan elevados como el de Sandra Marcos García, una niña alicantina, de esta tierra, que me ha enseñado a sus pequeños años que la cultura libera el alma. Niña de talento y prodigio que escribe como si rasgara cada letra y bordara cada pluma. «Igualmente, despacio, me pregunto yo: el humano, el sabio pero inocente humano; ¿Cómo existiría sin la tranquila paz? Sin la furia de la ira, sin el terrible dolor y sin el apasionado amor? Poco a poco apagándose, sin alma». Sin palabras. Buen domingo, dedicado en especial a mi hijo, Alex, que espero pueda ver un mundo mejor.