Siempre recordaré aquella frase que un buen amigo me solía repetir cada vez que se enteraba de alguna de las actividades que tanto me gusta organizar, en forma de cariñosa bronca por no buscar la manera de sacar rédito a cada idea. Era algo del estilo de «Para que algo sea gratis para alguien, un tercero ha debido dar algo a costa de nada».

Esto es, que la gratuidad es unidireccional y proviene en todos los casos de un origen que supone un gasto, ya sea económico, de tiempo o de trabajo. Para ser más claros: que para que a alguien algo no le cueste, le ha tenido que costar a otro.

Dicho esto, quiero confesarles que aplaudo la fabulosa idea de Ximo Puig para que los libros de texto de Primaria y ESO sean gratuitos, porque soy de los que opinan que la educación es la base de cualquier democracia y el pilar que más debería cuidarse y protegerse de injerencias ideológicas de cualquier índole.

Aplaudo la «idea» porque, de momento, como idea primigenia es una maravilla, pero aún queda mucho para convertirla en realidad, máxime con la negativa de las diputaciones de Alicante y Castellón, con César Sánchez y Javier Moliner a la cabeza, para llevarla a cabo.

Es más, no me gustaría pensar que se trata de uno de esos arietes solidarios y propagandísticos que se emplean para dejar en evidencia política a los partidos contrarios, porque jugar con la sensibilidad, y el bolsillo, de los ciudadanos, es algo deleznable, amén de jugar con los que creemos en la educación, y su libre acceso, como factor irrenunciable.

Que el plan no se convierta en mero espectáculo de propaganda electoral, de esas que después de las elecciones se olvida hasta los siguientes cuatro años.

La cosa suena bien. De hecho, es poner en práctica algo parecido a lo que se lleva haciendo en Castilla La Mancha desde hace varios años, aun contra lo que pretendía la propia Cospedal.

Pero, como todo plan, precisa de financiación (adiós a lo «gratuito»), y es donde topamos con ayuntamientos arruinados que no podrían soportar la co-financiación propuesta, y con dos diputaciones díscolas, que denuncian que el Consell quiere emplearlas únicamente como centros de gasto. Un callejón, de momento, sin salida y que señala que este magnífico plan servirá como campo de negociación para otros asuntos.

Al final, no nos engañemos, el dinero saldrá de donde siempre: del bolsillo de los contribuyentes. Esto es, que usted quizá no pague los libros de texto al ir a comprarlos, pero porque ya los habrá pagado con sus impuestos. Y, de ser así, toca aplaudir por una gestión coherente de nuestros recursos. Ahora bien, seguiremos ojo avizor para que el plan no se convierta en mero espectáculo de propaganda electoral, de esas que después de las elecciones se olvida hasta los siguientes cuatro años.