En tiempos de tribulación triunfan los demagogos, los populistas y los falsos salvadores. Algunas personas tienden a sentirse amenazadas por el otro, el extraño, el de fuera. Esos sentimientos se acentúan cuando la precariedad del empleo se hace crónica, cuando baja el nivel de vida y es preciso buscar un culpable. Nos olvidamos de la condición universal y fraterna y volvemos a la tribu, el clan, el campanario. La ignorancia de la realidad, la información sesgada, los datos parciales abonan el discurso del político xenófobo, racista o del simple oportunista dando verosimilitud al sentimiento de desprotección.

Xavier G. Albiol parece uno de ellos, su éxito electoral en Badalona y los malos resultados previsibles del PP en Cataluña han llevado al presidente Rajoy a aceptar sus tesis, con las que seguramente estará de acuerdo, haciendo que la involución del partido hacia zonas más rancias y retrógradas continúe, pese a otros ejemplos de éxito, como es el caso de Cristina Cifuentes, que va en dirección contraria.

Albiol y el partido que lo secunda, con las tristes aportaciones de Pablo Casado, ese joven valor de casposo mensaje, olvida que España ha sido hasta hace poco un país que echaba a su gente por odio, hambre o persecución; que muchos de nuestros padres, abuelos o amigos están hoy con nosotros gracias a la acogida de otros; que la inmigración constante explica el éxito de EE UU y su sentido del esfuerzo personal; que durante años nos hemos beneficiado de una mano de obra productiva que generaba pocos gastos sociales y hacía los trabajos más penosos; que estos aprovechados dieron superávits que algunos se han gastado en obras megalómanas, financiaciones irregulares y «volquetes» de putas; que nuestro país necesita gente joven para progresar y atenuar el envejecimiento de la población; que, ante tanta alarma de invasión, resulta que estamos perdiendo población, pues se van nuestros mejores jóvenes y muchos de los que vinieron en busca de oportunidades; que los porcentajes de delincuencia en España son inferiores a los de nuestros socios más avanzados; que esas personas, a las que desea limpiar, igualándolas con cosas e inmundicias, tienen sentimientos, hijos, ideas, ilusiones, esperanzas y, en ciertos casos, su decisión es a vida o muerte; que en sus soflamas falta reconocer lo poco que pasa a pesar de cómo llegan, tras haber invertido los ahorros de toda la familia, sufrir a las mafias de traficantes, sortear el mar o los muros con cuchillas, ser robados, engañados y maltratados; que el miedo y la incertidumbre amargan sus vidas y condicionan sus decisiones; que una vez aquí son, en ocasiones, nuevamente explotados; que muchos de ellos, de esos tipos raros de costumbres extravagantes, tienen estudios, de hecho su nivel medio es superior al nuestro; que huyen de la guerra, de la miseria, de las religiones intolerantes, de dictaduras asesinas, de la venganza política, de lo peor del hombre. Y aquí usted los presenta como escoria, aprovechados y sucios. Y alguno hay, y contra esos debemos aplicar la ley, de manera objetiva e imparcial, como contra cualquier otro.

Las medidas más o menos razonables que pueda sugerir son muy peligrosas, pues disimulan el odio al de fuera bajo una manta de eficacia administrativa y dan crédito a su discurso incendiario y trasnochado. La inmigración es un problema grave de difícil solución, pero lo primero es entender que hablamos de personas. Póngase en la piel de alguno de ellos antes de insultar a toda la humanidad. Por cierto, los que tanto hablan del libre mercado, de desregular, ¿por qué no permiten la libre circulación de personas y que cada uno vaya donde mejor le acomode? Si no estamos dispuestos, al menos, asumamos la responsabilidad, no pequeña, que tenemos en esta tragedia. Espero que no limpien Londres de indeseables como mi hija.