Uno, que ya va entrando en ese grupo cada vez más extenso de los viejos del lugar, recuerda con nostalgia los balnearios del Postiguet o los chiringuitos de la Playa de San Juan. Recuerda su ciudad, Alicante, volcada al turismo en aquellos años, mediados los sesenta, en los que el desarrollismo pudo hasta con los ímpetus revolucionarios del Partido Comunista en el exterior, que tras virulentas discusiones y expulsiones, se plegó a la voluntad mayoritaria de aquellos españolitos que lo único que les interesaba, después de pasar por tantas penalidades, era un utilitario, un pisito y un trabajo, situación que reflejara en su novela Autobiografía de Federico Sánchez, nombre que utilizaba en la clandestinidad el autor, Jorge Semprún, que fuera ministro de cultura con Felipe González. El turismo, ese gran invento que algunos quieren reinventar como otros con la Constitución del 78. Y en Alicante, lo que tenemos es playa, no como en Madrid, a la que Los Refrescos le dedicaron aquél estribillo de «vaya, vaya, aquí no hay playa».

Y de la playa sobre todo vive el turismo, y del buen tiempo, que como casa de la primavera, gozamos por estos lares. Sin duda es la primera industria de la ciudad. La que crea cantidad de puestos de trabajo, fijos unos cuantos, muchos a tiempo parcial, fijos discontinuos o incluso por días. Uno de los sectores que cuida del turismo, además del comercio, es el de la hostelería. Da de comer al hambriento y de beber al sediento. Unos mejor, otros peor, pero todos sin distinción con la pretensión de que los clientes queden satisfechos y vuelvan mientras duren sus cortas o largas vacaciones. Desaparecieron los balnearios, fuera de época, aunque quizás alguno podría haber subsistido como distintivo, como emblema de aquellos años. Desaparecieron los chiringuitos como tal por cuestiones de Costas, con la administración hemos topado, y por asuntos relativos a lo salubre, no a lo salobre, aunque por su cercanía al mar pudiera parecer. Ahora están en cuestión los veladores.

Da la sensación de que nos gusta pisarnos en el callo, de que hay ocasiones que parece que en vez de resolver problemas, los políticos se dedican a crearlos, quizás para que una vez resueltos, la manera importa poco, llevarse todas las flores. Los veladores han pasado a primer plano de la actualidad porque al concejal que ejerce de alcalde se le ha metido entre ceja y ceja. Pavón contra el velador, hasta parece un título de película de serie b. Esas mesitas de un solo pie, redondas por lo común que adornan nuestras calles, y en época de canícula se llenan de clientes para poder «tomar la fresca» al son de un buen manjar o de un refresco que llevarse al gaznate. Esas mesitas que se han hecho famosas hasta en el Madrid de las terrazas, que en verano llenan sus principales arterias para deleite de visitantes y propios del lugar. Porque Pavón, recuperar un local con nombre de tradición y solera, como Mejillones de Correos, no es flor de un día, es trabajo y esfuerzo de años, y como tantos otros necesita de los veladores para subsistir, para consolidarse.

No llevan ni tres meses gobernando la ciudad, y se han echado encima al sector que da más vida y colorido a la ciudad, además de empleo y dinero. Bares, restaurantes en pie de guerra ante el acoso del edil que quiso ser alcalde. El que viene de los lugares donde se cantaba aquello de «no, no nos moverán», aplica el verbo con la arrogancia propia de quien ostenta el poder, para afirmar no moverse del guión ni un milímetro de su contienda artificial contra los que intentan ganarse un sustento como profesionales del ramo, camareros, cocineros y barmans, y sus jefes, propietarios del negocio. Porque Pavón, todos viven del negocio, los jefes bastante mejor, pero para los otros, se hace muchas veces vital el puesto de trabajo. El denominado «Summer Closing Party» que este fin de semana pasado organizaron locales de Castaños, vamos lo que se dice en castellano de siempre un fin de fiesta, es una prueba más de lo que busca la gente. De momento la zona franca de la ciudad son sus playas, su costa. Alicante es la burbuja del Mediterráneo, alegre, bulliciosa, picante, acogedora, siempre en estallido de luces, de colores. Porque si algo distingue a Alicante, a nuestra ciudad de otras, es que vive en la calle y ama en sus playas.