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Jorge Fauró

El yate, el palco y la Viagra

Si escuchan atentamente las conversaciones difundidas la pasada noche por Cuatro entre el empresario Enrique Ortiz y el exdirector general de Bancaja, Aurelio Izquierdo (y a las que también pueden acceder en la edición digital de este diario y leer en estas mismas páginas), no creo que se sorprendan. Van con los tiempos. Sospecho que en años de Franco, los negocios del régimen con los empresarios predilectos del dictador se sustanciaban en las famosas cacerías del Generalísimo, esas donde dicen que le colocaban las piezas justo enfrente de él para asegurarse de que el general no fallaba y así tenerle contento. A la muerte de Franco, y aunque imagino que los negocios a bordo del Azor ya habrían sentado precedente, los tejemanejes posteriores entre la clase política y la empresarial, siempre de la mano, cambiaron de marco para trasladarse a escenarios más glamurosos que un coto de caza en La Mancha. Y entonces aparecieron los yates y los palcos de los campos de fútbol. Cuentan que todo lo acontecido a partir de la burbuja inmobiliaria se fraguó mientras el Madrid perdía ligas o las ganaba, en ese palco cuyos rincones deben de haber sido testigos de tantos secretos de Estado. En los palcos de los estadios (más de un acuerdo sobre soberanía se ha gestado probablemente en el del Camp Nou) y en los yates de los poderosos. El yate es ahora la expresión del triunfo y el símbolo máximo de que uno ha llegado donde solo alcanzan las minorías. Lo mismo ocurría con los toreros que comenzaban su carrera de maletillas. Con la primera puerta grande se agenciaban un Mercedes. Las conversaciones entre Enrique Ortiz y Aurelio Izquierdo no son más que una versión cutre de ese glamour. Putas, barco y un puerto en el que echar el ancla de forma discreta. Y eso, sí, jamoncito. Todo muy español, todo muy ordinario. A diferencia de otros países (acuérdense de Warren Buffet, Strauss Kahn o incluso Donald Trump), la corrupción en España es triste y farrullera, carece de pompa y oropel, es chabacana y muy de te quiero un huevo. El director general de la que fue tercera caja de ahorros de España pidiendo que le coloquen en Barcelona a una amiga enfermera a cambio de una juerga de bragueta y jamón ibérico, entre otras prebendas. Hay que ser muy cutre para echar a perder una prometedora carrera como alto directivo. Y al parecer (escúchenlo) no era suficiente con el jamoncito e hizo falta Viagra. El verdadero negocio que se cuece en palcos y yates se lo llevan las farmacéuticas, que invierten más en lo que ocurre entre las piernas que en una píldora para el cerebro. Ellas sí que saben.

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