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Desde mi terraza

Luis De Castro

La soledad activa

Pasado el ferragosto, que como los lectores saben es una palabra italiana para denominar el 15 de agosto, día en que las ciudades de ese país se vacían literalmente para desembocar en las playas y en el campo, tengo la sensación de que el verano alicantino va terminando. Nada más lejos de la realidad puesto que a continuación llega septiembre, probablemente el mes más agradable del año que contiene las ventajas del verano y sin el inconveniente de ese calor sofocante que hemos sufrido especialmente el último mes. Y precisamente el ferragosto decidí ir al cine, sin tener la sensación habitual de que me congelaría por esa refrigeración salvaje tan habitual. Mi casa en París, la película de Israel Horowitz, director, guionista y autor de la obra de teatro original (My old lady) fue mi elección; la obra en su estreno español tuvo el desafortunado título de Querida Matilde. Lola Herrera interpretaba a una mujer setentona, mientras que en la peli es la gran Maggie Smith quien da vida a esa misma mujer pero con noventa y tres años. Primera gran diferencia. La película es un auténtico ajuste de cuentas con el pasado, en la figura de un Kevin Kline que se sale, en una de las mejores interpretaciones de su vida y sin duda merecedor de un Óscar. Y la peripecia argumental, tratada en clave de comedia en la obra de teatro en España y aquí como un drama con toques de humor, no deja de ser una reflexión sobre la soledad. La soledad..., la palabra que más asusta a los humanos después de la palabra muerte. Y no es para tanto. Cada vez hay más personas en el mundo que viven solas, por obligación (viudos, divorciados...) o por elección, que forman el grueso de ese colectivo. Incluso en el mundo de la pareja se va extendiendo la costumbre de vivir en diferentes casas, reivindicando así el derecho a la intimidad, las manías, los hábitos difíciles de compartir... para dejar paso a lo agradable en los ratos en que se convive con alguien. ¿Actitud egoísta? Posiblemente. Pero si la vida no es más que un camino hacia la muerte, cada cual es muy dueño de elegir el camino que más le apetezca. Creo sin embargo que uno elige inconscientemente entre la soledad activa y la soledad pasiva, esta última por lo general frustrante. Y en el mundo actual, tan mediatizado por los cambios sociales, por los avatares políticos que hoy interesan a los españoles más que nunca, la soledad activa es una buena elección. No hace falta llegar a los extremos de quien escribe, en mi sofá tipo chéster, cómodo y muy grande, he colgado un cartelito con la leyenda «En usufructo máximo 3 noches». Reconozco lo excesivo de la medida, pero la experiencia -y la costumbre de ser mi propio dueño- aconsejó tomarla. Y no me arrepiento en absoluto porque no es más que un buen aviso para navegantes. La soledad es un derecho, que solo debe perderse cuando uno lo desea. Y esa soledad activa no significa lanzarse a llenar todos los minutos del día con el sin fin de actividades que la mayoría de los singles practican. Vivir en soledad tiene muchísimas ventajas de innecesaria enumeración, y los inconveniente son los menos. El carpe diem (vive el momento) hay que saber interpretarlo para evitar que el hedonismo prime sobre la reflexión. La cultura, el deporte, las diversas aficiones permiten llegar a una madurez sensata, y nos prepara para una inevitable vejez que puede ser muy rica si se ha bebido intensamente de esas fuentes. ¿Es mejor la soledad compartida? Me temo que no porque se convierte en una doble soledad... y sin embargo es la que más abunda. La meta final se con

La Perla. «Por qué se rehúye a la soledad? Porque son muy pocos los que se encuentran en buena compañía consigo mismos». (Carlo Dossi, escritor y diplomático italiano)

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