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Javier Llopis

Con el agua al cuello

Javier Llopis

La vieja canción

Aprovechando la secular empanada mental identitaria de la izquierda valenciana, la derecha autóctona logró construirse en su día un sólido chiringuito político que le ha durado veinte años. Nuestros conservadores pata negra son lo que los críticos musicales califican como un one hit wonder: un cantante que ha alcanzado una proyección desmesurada con una sola canción y que a base de repetir ese mismo tema durante décadas consigue consolidar una carrera larga y muy rentable (aunque algo aburrida). El único éxito musical del PP de la Comunitat Valenciana es una efectiva composición en la que se mezclan todos los ingredientes necesarios para conectar rápidamente con los sentimientos más primarios de la audiencia: un poco de amenaza pancatalanista por aquí, unas pizcas de guerra lingüística por allá, un par de dosis de tradiciones sacrosantas amenazadas por el rojerío antipatriótico (para esto valen igual las Fallas, los Moros y Cristianos o los toros embolados) y para completar el pastel, algunas guindas en forma de feroces polémicas sobre la banda azul de la bandera, sobre el agua del Ebro o sobre la calidad de las metáforas de la letra del himno autonómico. Con este modesto material ideológico, los populares valencianos se han arreglado un cómodo lugar al sol de la política y han conseguido superar con grandes victorias los escándalos de corrupción, las demostraciones dramáticas de mala gestión y la incompetencia manifiesta de algunos de sus más destacados dirigentes. La fuerza de este hit político/musical es tan grande, que las gentes del PP incluso consiguieron ser el partido más votado de las pasadas elecciones autonómicas, rompiendo de forma espectacular todas las leyes de la lógica política.

La mejor prueba de la importancia de esta táctica es que tras perder el poder en la Generalitat, las centrales mediáticas e ideológicas de la derecha valenciana han vuelto a entonar con entusiasmo la vieja canción identitaria. Han tocado a rebato todas las campanas de la patria y ha empezado una furiosa búsqueda de motivos de conflicto. Se miran con lupa todas las declaraciones pasadas y presentes de los consellers y de los alcaldes a la caza de algún gazapo sobre los Països Catalans, la independencia, el color de la señera o la denominación de la lengua. Se están haciendo esfuerzos considerables para abrir una segunda edición de la famosa Batalla de Valencia; que como todo el mundo sabe, fue un violento conflicto cívico en el que la izquierda perdió por goleada, quedando severamente tocada durante un periodo de cerca de treinta años.

En honor del progresismo que ahora gobierna la Comunitat Valenciana hay que destacar que durante sus primeros dos meses en el poder se ha resistido con uñas y dientes a picar este anzuelo político, poniendo todos los medios de su parte para evitar cualquier tipo de polémica de estas características. Haciendo gala de un insólito sentido común, la sociedad PSPV/Compromís ha preferido dejar a un lado las espinosas cuestiones patrióticas, centrando su acción política en asuntos mucho más urgentes y vitales para una autonomía que estaba al borde del colapso, como la sanidad, la educación, la lucha contra el paro o los servicios sociales. Aunque la tentación de practicar el revanchismo debe ser grande y está cargada de motivos de peso, nuestros actuales gobernantes han hecho un ejercicio de sensatez y han optado por la prudencia, eliminando de su agenda inmediata cualquier propuesta que pueda destapar la caja de los truenos de nuestros violentos demonios nacionales.

Dice la frase lapidaria que «los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla». Como buenos conocedores de nuestro convulso pasado, los políticos que ahora dirigen la Comunitat Valenciana son conscientes de que este país necesita toneladas de normalidad y de que no puede permitirse el lujo de embarrancar por segunda vez en una estéril espiral de luchas sobre símbolos o sobre atavismos sentimentales. Fácil, desde luego, no lo van a tener, ya que la derecha utilizara todo su arsenal propagandístico para llevar el debate político a su terreno, apelando de nuevo a lo más sagrado para resucitar una vieja batalla de la que siempre sale victoriosa.

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