De bien nacido es ser agradecido, y en estos momentos de cambio de etapa en las instituciones culturales de la ciudad es más que pertinente reconocer la labor de quienes han realizado su labor de forma impecable, caso del director del Instituto de Cultura Juan Gil Albert, José Luis Ferris. Profeta en tierra. Y enamorado como muy pocos de ella. Ejemplo de bonhomía y entrega total. Y un ítem más. De omnipresencia. José Luis Ferris fue de los que nunca dijo no a nadie, aunque para ello tuviera que desdoblarse. Pero para quienes tienen el don, porque cuentan con el verdadero deseo de estar ahí, de hacer acto de presencia allá donde se les requiere, no es tan complicado. Siempre ha hecho más el que quiere que el que puede.
El pasado 12 de junio José Luis Ferris vivió una de las jornadas más hermosas de cuantas puede vivir un ciudadano implicado en su comunidad. Ejerció de pregonero de las fiestas de su ciudad. De nuevo profeta en su tierra. Y prácticamente casi a la misma hora recibió la visita de Mario Vargas Llosa a la institución que presidió durante los últimos cuatro años.
Quienes gozamos de su presencia en la Universidad Miguel Hernández de Elche vamos a tener suerte. Al dedicarle a partir de ahora más tiempo a la docencia gozaremos más de su bonhomía, esa tan natural en él y que tanto escasea en otras gentes. Pero conociendo sus inquietudes sabemos que no se limitará a esta labor. Que seguirá creando, escribiendo, planificando, compartiendo. Esa es su vida y a estas alturas de la existencia ya no hay quien la cambie.
José Luis Ferris formó un equipo excelente. Su sucesor, José Ferrándiz Lozano, debería recuperar alguna de las piezas del organigrama. No tiene por qué haber ruptura cuando la labor ha sido tan reconocida. Ferris se suma a la galería de personas de fuste que, como Adrián Espí, Emilio La Parra y Joaquín Santo, dejaron muy alto el pabellón del Gil Albert. La nueva etapa en la Casa Bardín ha abierto una ruta llena de éxitos. Esa que Ferris ha sabido dirigir con una implicación absoluta.
