Las epifanías del PP, entendidas como visiones más allá de este mundo, son muy socorridas. Tanto que parecen que lo ordenan y le dan estabilidad. Las que se dan en su estrategia política para intentar ganar las próximas elecciones generales y para convencernos de que España va bien, no tienen desperdicio. Es más, por su glamuroso envoltorio, se deberían consumir de cabo a rabo y de forma promiscua sin mostrar el menor síntoma de dolor en el bajo vientre, a ser posible.

El asunto es que, influenciado por la televisión y sus no pocos anuncios publicitarios, se me desdibujan las estrategias políticas del PP y les encuentro un gran parecido con la publicidad de la Coca-Cola o el McDonald's. Tal estrategia consiste, fundamentalmente, en desviar la atención de los ciudadanos de la posible calidad real de su producto, que no la tiene, y venderles solo el sueño y el humo que le acompaña. ¿No pensarán sus asesores que los ciudadanos de este país van a ser nuevamente embaucados por una publicidad tan engañosa? (véase como ejemplo la del recibo de la luz con un sube y baja dependiendo del momento electoral, por un poner).

En efecto, el PP ha dejado de invertir en sus productos para hacerlo en la caja que los envuelve como paisajes abstractos de ensueño evocados por el discurso de Rajoy y en bombardeos publicitarios en los medios provocados por unas cuantas memeces a las que se les da rango de importantes. Lo mismo ha sido una comida a base de chipirones con Sarkozy, aquí, que lo de dar buena cuenta de un plato hasta los topes de ibérico con un Rey jubilado y otros implicados, allá. Argucia que intenta dar una apariencia de normalidad democrática y cercanía que no se corresponde con la realidad del personaje y mucho menos con sus dotes para seducir a una ciudadanía que todavía tiene reciente aquella última vez que salió a la calle para manifestarse contra sus tropelías o la de sus ministros mientras él se dedicaba a repasar el Marca fumando un puro. O al contrario.

Ciudadanía que alguna vez votó al PP, no porque lo consideraban mejor menú sino porque malinterpretó un programa electoral y una actitud política que bajo la excusa de la herencia recibida, y su aderezada prepotencia, nunca se puso en marcha, ni ganas, sin darse cuenta de la deplorable calidad del plato que consumía y que a la postre, y mediado por la antigua troika y el beneplácito del presidente y sus viejos corifeos, resultó ser bastante amargo.

Los efectos de su teórica e irritada política salvífica -«aguirreana» diría- a la que se intenta maquillar de exitosa, siguen siendo, hoy en día, catastróficos para la autoestima de las poblaciones más vulnerables. Y perder la autoestima ha sido como derrotar la esperanza depositada en ellos, en la política en general, debido a su innegable manía de interponer, en su defensa, innumerables tópicos basados en un profundo conocimiento de la psicología humana y de cómo esta define los miedos tanto como las esperanzas. Porque en ambas navega y se define el PP mientras su Gobierno reprime, anula los derechos más básicos, permite altas tasas de pobreza y le suena raro y distante lo de la exclusión social. Esto en román paladín indica que le preocupa un cojón el bienestar de sus administrados o, directamente, los desprecia. La soberbia, la mala leche y la desconfianza contra los que discrepan de sus políticas significan, simplemente y aunque hayan sido elegidos por el pueblo, que los ciudadanos representan un peligro y hay que convencerlos, doblegarlos, mediante la estrategia del miedo y del palo y tente tieso endulzada por unas cuantas migajas económicas. Mala barraca si piensan eso de este país. Campaña que abundará en los próximos meses y hasta el aburrimiento en acusaciones, para unos, de ser revolucionarios, bolivarianos y amigos de etarras, o la de corruptos y antidemócratas para otros. Como el ojo que no ve su viga sino la paja en el del vecino.

La regla de oro para no dejarse embaucar por esas políticas consiste en alejarse de aquellos productos que necesitan desproporcionadamente del marketing, de una nueva piel, para venderse. Si el PP dedica muchísimo dinero y tiempo para que se hable de ellas, más del que parecería razonable, como siempre, es que su producto no interesa a nadie y que la ciudadanía no acudiría espontáneamente a ella para pedirlo. Por lo tanto, su producto es inútil o de mala calidad.

Las sociedades que brindan las mejores políticas son aquellas que se conforman con describir lo que hacen, lo que ofrecen, y luego facilitan una estrategia para que la ciudadanía participe democráticamente y las encargue directamente. Lo demás es interponer el recurso del avestruz ante el peligro que acecha. Y ese peligro, para el PP, somos nosotros, los ciudadanos.