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Tranquilizar a los intranquilos

A propósito de la crisis financiera griega, lo que más intranquiliza a la opinión pública son los reiterados mensajes de tranquilidad que salen de los grandes centros de poder y de su abrumador aparato de propaganda. Una vez pasada la sorpresa (supongo que relativa) sobre la convocatoria de un referéndum por parte del gobierno de Syriza para preguntarle a la ciudadanía griega sobre la aceptación o rechazo de la última propuesta de la Unión Europea, todos parecen haberse puesto de acuerdo en presionar a favor de la primera de las alternativas. Y todos con el mismo mensaje: lo que más beneficiará a la larga (¿cuánto de larga habrá de ser?) al pueblo griego es aceptar las condiciones que imponen Alemania, el FMI y los mercados, la auténtica troika de este largo contencioso económico.

Es un mensaje unívoco que en España recitó ante la prensa el señor Rajoy con el tono de convicción que suele utilizar en las comparecencias importantes. Según el presidente del Gobierno, la ciudadanía española puede estar tranquila mientras observa a distancia cómo se desarrollan los acontecimientos porque somos un país serio que acometió en su momento las reformas que nos impusieron desde Bruselas sin rechistar demasiado. «Todo esto „enfatizó„ será muy malo, pero sobre todo para los ciudadanos griegos».

La preocupación de Rajoy sobre la suerte que espera a los ciudadanos griegos es conmovedora pero puramente retórica. Si en el referéndum triunfa el sí a las pretensiones de la Unión Europea caerá el gobierno de los populistas irresponsables de Syriza, volverán al poder los mismos que causaron la ruina de Grecia, y Rajoy se alegrará de que se imponga nuevamente la sensatez y el ordeno y mando en las altas finanzas. Y si triunfa el no entonces se abrirán las puertas del infierno y habrá acabado para siempre el sueño de la Unión Europea.

Cuando la solución de los problemas se resume en un sí o en un no queda automáticamente excluida una salida negociada. En este caso, lo sensato sería que la Unión Europea aceptase una reestructuración ordenada de la deuda griega (que supone un 56 % de su presupuesto) y una reordenación de su sistema fiscal y bancario, que han sido dos de los principales causantes de la crisis. Entre otras cosas porque esas soluciones ya se dieron en el pasado.

Como nos recuerda, muy oportunamente, el filósofo alemán Jürgen Habermas al aludir en un reciente artículo al Tratado de Londres de 1954, a virtud del cual las naciones acreedoras de Alemania (entre ellas Grecia) le condonaron generosamente más de la mitad de sus deudas. Un perdón que permitió al país iniciar su poderoso despegue económico tras la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Ahora no es creíble que eso vuelva a suceder con un pequeño país de poco más de diez millones de habitantes.

El tratamiento dado a Grecia por sus socios de la Unión Europea ha sido bochornoso, y más parecía una operación encaminada a castigar otra forma de entender la política que a solucionar verdaderamente el problema. Claro que la partida todavía no ha terminado. La astucia de los griegos es proverbial y Europa les debe haber conformado lo mejor de su ser. No lo olvidemos.

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