No, no me estoy refiriendo, ni por asomo, a aquella magnífica película de 1992, dirigida por Rob Reiner y magistralmente interpretada por Jack Nicholson, Tom Cruise y Demi Moore. Aquella era Algunos hombres buenos, basada en la obsesión de dos abogados militares por impartir justicia en el complicado mundo castrense americano. Me refiero a la nueva hornada de alcaldes, no sé si buenos, que nos han deparado las recientes elecciones municipales del 24 de mayo.

Yo reconozco mis graves prejuicios producidos, sin duda, por la edad. La otra noche y de vuelta de una cena, un buen amigo me comentó la poca confianza que le inspiraban determinadas pintas de algunos alcaldes y concejales recién desembarcados en los ayuntamientos españoles. Vamos, me dijo, que si me sale alguno a estas horas le entrego hasta la tarjeta de sanidad. Mi amigo, jubilado como yo, tiene aún más prejuicios en estos banales temas. No le entra ver a un alcalde con su descuidada barba de varios días, sus tatuajes, su camisa desabrochada y echa muy en falta lo que él denomina «buen aspecto». Yo como empresario lo entiendo perfectamente. Recibo con más confianza a un comercial bien vestido que a otro desaliñado. Hay que reconocer que tras casi cuarenta años de chaquetas, corbatas, gemelos y demás, cuesta habituarse a estas novedades.

Estamos viviendo un momento de fingidas sobreactuaciones políticas. Veremos si el armario tiene fondo. No creo que un alcalde sea más cercano por ir con piercings en las orejas, en la nariz o donde buenamente le parezca. Ni porque vaya en metro al Ayuntamiento, ni porque vaya en bicicleta a su trabajo, o a caballo. Pese a todo, considero muy saludable darles los cien días de cortesía, aunque nadie me va a desenterrar mis prejuicios. No me gusta verlos, pero como digo, habrá que ver si el armario tiene más fondo que, en definitiva, es lo único que cuenta.

Estamos en momentos históricos, cambiantes y quizá, por no decir seguro, los nuevos y flamantes alcaldes contribuyen a este cambio con sus formas. Más allá de la indignación reciclada, el desodorante ético y las ideas polémicas. Lo que distingue a esta nueva izquierda no deberían ser las pintas, esa apariencia de universitarios haciendo botellón en el césped, entre porros y litronas.

Algunos tertulianos de guardia todavía no se atreven, pero el sustantivo que están rumiando para oponer al exitoso descubrimiento semántico de «la casta» (que ha agrupado a la clase política española en un solo rebaño abúlico al hierro de las ganaderías) es el de «la chusma». No hace falta leer a Marx para descubrir la diferencia entre un concejal en alpargatas con un pendiente en la oreja y un ministro del Opus repartiendo medallas de la Virgen con una mano y con la otra ordenando disparar pelotas de goma a los pobres negros que osan acercarse a nuestras costas. Ay, qué tiempos más complicados para los que gozamos o padecemos de una edad avanzada.

Yo comparo, quiera o no, entre nuestro rapaz ministro de Hacienda y el nuevo alcalde de Cádiz y observo a uno, el bien aliñado, promoviendo desahucios con su actitud permisiva con los bancos y al otro, Kichi, un descamisado más, luchando por evitarlos y qué quieren que les diga, me quedo con el segundo, pese a su aspecto. No es una cuestión de números sino de dioptrías. Para los analistas proclives a la miopía moral podíamos establecer un baremo olfativo según los modelos proclamados por Inés Ballester en su programa de TVE 1 cuando le preguntó a las otras contertulias si Pablo Iglesias olería bien con esa coleta. Es decir, pregúntese usted a cuál de estos dos personajes, Kichi o Montoro, le olerá más rancio el sobaco.

Puede que yo haya vivido mucho tiempo en la severidad del aspecto. Puede que lleve mucho tiempo valorando más las formas que el fondo, pero no puedo más que admitir que estos trajeados, de un color o de otro, llevan mucho tiempo sin realizar un doctorado en cosmética moral, mucho tiempo robándonos derechos, realizando mordidas urbanísticas, inmorales ERE que ha conducido a la imputación a dos prohombres del socialismo español, nada menos que a Chaves y a Griñán y a prohombres populares en Soto del Real. Ayer mismo, Olivas, expresidente de la Generalitat fue detenido. Mucho hay que regenerarse. Y ya veremos cómo cristalizan estos dolorosos temas.

No sé, estoy hecho un lío. Quizá sean mejor los descamisados que los engominados con corbata, rosario, misal y laca, mucha laca. O quizá, como digo, tanto en unos como en otros lo único que valga sea el fondo del armario. A sus formas siempre nos podremos acostumbrar, aunque admito que me cuesta.