Antes -no muy lejos en el tiempo- decían que la calle era suya, expresión utilizada, en aventurada decisión personal, por uno de los más carismáticos líderes de la agrupación popular, su creador. Aquello pasó a la historia como una anécdota más de las muchas que protagonizó aquel gallego ilustre, de grato recuerdo entre los suyos. Ahora un nuevo líder, también de las tierras gallegas, sin carisma, con una visión muy propia y posiblemente un tanto forzada por el ambiente enrarecido que han creado los resultados de la última confrontación electoral, nos trae el recuerdo de su fundador y señala para la parroquia propia el camino a seguir, dado que el pueblo español, sin fisuras, siempre supo defender la enseña que es su patrimonio, sin necesidad de ayudas ocasionales, sin duda honorables y sentidas. Aconseja y no niega -no podría hacerlo, ni se le permitiría intentarlo- el derecho de los españoles, a los socialistas, en este caso que nos ocupa, el uso de la enseña nacional con el respeto debido, pero -¿era necesaria la presencia de la conjunción adversativa?- le molesta, se siente mal, le entristece, porque no comprende a donde les van a conducir, los seguidores de don Pablo Iglesias -el abuelo fundador, no el joven de la coleta- los compañeros de viaje elegidos, con prisas y mucho ruido para apartar de los lugares de mando a los populares que, por cierto, fueron los que tuvieron mayoría en sus listas, pero -también uso la adversativa- en algún caso absoluta y ahí es, precisamente, donde más escuece, porque ahí está la verdadera herida. Es de agradecer ese interés en evitar el descarrío de las huestes progresistas con lisonjas para unos y desprecios para esos otros que, por su juventud, desconocen los caminos seguros que llevan al triunfo final o a la derrota irremisible, que nunca se sabe. Se hace camino al andar, decía Machado, pues dejad que caminen que a alguna parte arribarán. Ese es el temor: que lleguen demasiado lejos.

Como no podía ser de otra manera, dado que los populares están cortados usando el mismo patrón de la disciplina, la cadena de mando y el orden que establece quien tiene el poder para hacerlo, destacamos la intervención de la nueva y flamante presidenta de la Comunidad madrileña que, en su toma de posesión del cargo podía haber evitado la alusión a la bandera poniendo en cuestión el tamaño de la utilizada para la presentación del líder socialista. Ella, la señora presidenta de la autonomía, quiso dejar patente su amor a la bandera nacional manifestando que no le importa el tamaño de la misma, porque ella la lleva en el corazón. La parroquia aplaudió con entusiasmo esta puya a la actuación del líder en la oposición, por el momento. No ha entrado con buen pie la distinguida dama. Y de dama en dama, la noble «marquesa» consorte, después de ser su lista la más votada, aunque sin posibilidad de gobernar y después, también, de vanos intentos de crear gobiernos que no la desamparasen a ella, manifiesta percibir «odio y violencia» en los ediles de la señora Carmena que ha venido a ocupar un lugar que doña Esperanza creía creado por y para ella. «En otros países, afirma, hubieran llevado a su dimisión o cese». Estamos en nuestra tierra señora y aquí la cultura de la dimisión no se practica a menudo como lo demuestra -y usted deber recordarlo mejor que el resto de los mortales- el asunto aquel del «tamayazo» que ha traído a colación, posiblemente sin proponérselo. Por nuestra parte no vemos ni odio, ni violencia, solo un cambio en la dirección del país que, por mucho que le duela al señor presidente de la nación, se ha producido, patentizando que hay muchos otros españoles que también usan la bandera, la estiman y la sienten, sin que la consideren patrimonio exclusivo. Antes fue la calle, ahora la bandera. De momento punto y aparte. El futuro ha comenzado a dar señales.