Carolina Punset ha puesto de nuevo el valenciano sobre el molesto tapete de la duda acerca de su supuesta practicidad (eficacia) en el mundo laboral actual, pero más concretamente en el transfronterizo: o sea, en ese ámbito de social y de trabajo que existe con peso sobresaliente -cada día más acentuado por nuestro particular desempleo- una vez superadas las fronteras físicas y políticas de la Comunidad Valenciana. Entra fuerte en su debut la portavoz de Ciudadanos a cuenta del debate de investidura de Ximo Puig. E intuyo que los capones recibidos eran esperables, previsibles en la misma estrategia de partido marcada previamente, especialmente ahora que el valenciano parece rebrotar -merced a las alianzas de las urnas recientes- de su aparente aletargamiento y silencio de los últimos años. Bien, pues los chuzos le han caído con sólo abrir el pico, en la primera canícula seria estival y a cielo raso. Era de esperar. ¡Por aquí!, le han dicho.

Pero si atendemos a su discurso con noble distancia, o lo que es lo mismo, esa que intenta hacer uso de la razón por encima de la pasión, que mira como observador y no como afectado, que busca entender los hechos como complementarios antes que excluyentes, etcétera, no aparenta en verdad tan de cuajo esa cantidad de desbarros que se le atribuye desde cierta parte de la prensa; ejemplo: «El fenómeno (Carolina Punset) daría para un programa de su padre en La 2», remató el subdirector de INFORMACIÓN (por cierto, no sé qué lienzo dibuja el papá de Carolina, por Punset que sea, en el escenario de una hija de 43 años metida a política, si no es que responde a una gracieta fácil -diría que improcedente- más propia de tabernas, vinos y colegas guays que de estos andurriales de tradición y lenguas serias). Pero al grano. ¿Qué tan grave trabó en voz alta la portavoz de Ciudadanos? Vayamos con su perla más reluciente. Ha tenido varias en su presentación, pero por espacio me centraré en aquella/s de la que se ha derivado todo el torrente de pedradas sobre su chepa. Reproduzcamos su cerval afrenta, así tipo popurrí:

Dice la «Ciudadana» Punset en las Cortes Valencianas a propósito de la educación: «(Una): No abandone las lenguas universales para recuperar una minoritaria, que, aunque puede ser entrañable, es poco útil para encontrar empleo. (Otra): Allá donde triunfa la inmersión lingüística estamos volviendo a la aldea. (Otra): Nadie niega que el valenciano sea un bien cultural y que deba protegerse y aprenderse de forma proporcionada en la escuela, pero si lo convertimos en un idioma único, estamos frenando el desarrollo personal y colectivo de una Comunidad. (Y otra): No existe nacionalismo moderado». Buf, ¿tomamos resuello?

No sé ustedes, pero tengo la impresión de que lo que más ha escocido es la expresión de «aldea», quizá entendida como ámbito reduccionista, cabe que miope de la realidad o en el peor de los casos, de cutrez. No de otro modo comprendo el furibundo contraataque. Sin embargo, con algo de «generosidad interpretativa» se puede dulcificar la idea. Quizás Punset utilizó ese término de «aldea» para poner el énfasis en lo poco universal y dudosamente eficaz que resulta el valenciano más allá de nuestra Comunidad, y no se equivoca, de ahí su reconvención encendida en que no se desatendieran aquellas lenguas de verdadero peso hoy en el mundo. En ningún momento de su discurso la escuché intentar subordinar, y no digamos eliminar, el valenciano de las escuelas. De hecho, si releemos con interés pero sobre todo con distancia el discurso de la portavoz, observaremos que se refiere -y no pocas veces- a la necesidad de conocer y expandir el valenciano a nuestro día a día como lengua cooficial del Estado, que lo es, aunque sin menoscabo de aquellos otros idiomas que realmente actúan de salvoconducto laboral en cualquier rincón del planeta.

El aspecto aldeano incluso lo encuentro romántico. De hecho lo es, pero no expansivo, de globalidad, seamos sinceros. Quizá ahora los chuzos caigan sobre mí, aún dándose hoy una tarde de rayos dorados desde el cielo que taladran mi casa. Sólo sé que si hoy repones gasolina en Francia, Holanda o, yo qué sé, Alemania, casi cualquier currante de allí te atiende -si deseas- en inglés. Me trajo la observación de Punset este detalle, por ejemplo. Y que aquí nuestra mejor embajadora en esa lengua es (o era) Ana Botella, por añadidura. O sea, que sí al valenciano; insito. Pero no a costa de. Sino al lado de.

A ver si los próceres electos dejan revanchas en casa y se afanan -vírgenes todavía- en acrisolar la palabra «complementariedad» en lugar de la de «exclusividad». Me da a mí que por ahí iba la Punset. Sin más. Tan denostada ella.