La realidad es ese sitio donde vives. Significa que si estás a mil quilómetros de Nueva York, Nueva York no es tu realidad (aunque pueda ser tu fantasía). Viene esto a cuento de las horas que pasamos frente a la tele y que, según algunas estadísticas son entre cuatro y cinco. Muchas. Tantas como para tener en cuenta a ese aparato.
-¿De qué hablamos cuando hablamos de televisión?
-¿Qué quieres decir?
-Que si es lo mismo estar viendo 4 horas el programa de Jorge Javier Vázquez en Tele 5 que un ciclo de Bergman en Canal +.
Esto es una incógnita sin despejar. ¿Qué tiene más peso, el continente (la pantalla) o el contenido (la película)?
-Te digo yo que ver la tele es ver la tele, con independencia de lo que pongan.
-Eso es una coartada para ver «Sálvame» en vez de «El manantial de la doncella».
-Lo que tú digas.
No es lo que uno diga, claro, sino lo que pasa de verdad y que ignoramos por completo. Personalmente hablando (de qué otra forma, si no), me compré hace poco una tele estupenda para ver cine de calidad con calidad de cine. No dejo de ver películas de culto y series estupendas. Pero al final me voy a la cama con la impresión de haber estado viendo la tele. ¿Significa eso que el aparato contamina a los contenidos de unas radiaciones invisibles? Ni idea. Pero esta misma tarde me voy al cine para ver una película de la que podría disfrutar sin moverme de casa y a menos precio. A ver qué ocurre.
Por cierto que, hablando de la tele, que es, como decíamos, la realidad donde pasamos más tiempo, con independencia de lo que veamos en ella, me viene a la memoria la máxima de Warhol según la cual en el futuro todo el mundo tendría derecho a quince minutos de fama a lo largo de su vida. Ese futuro ya pasó y está completamente olvidado. Lo que deberíamos reivindicar ahora son quince minutos de anonimato. No es mucho: un cuarto de hora de silencio a lo largo de toda una existencia.
